domingo, 29 de abril de 2012

Parón de Mayo

Dado que el tiempo no me lo permitió el domingo pasado, y este tampoco, prefiero avisar de que probablemente no subiré entradas en Mayo dado que tengo exámenes.Así que, hasta después de los exámenes. ¡Mucha suerte a todos!

domingo, 15 de abril de 2012

La Cadena de Plata: Sexto capítulo

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6
Ángel salió de la multitud que se agolpaba en el mercado, llevaba unas bolsas de plástico blanco que contenían la compra. Cambió su rumbo al encontrar su calle y llegó a la fachada blanca de la pequeña casa. Entró a la cocina y dejó sobre la mesa las bolsas, que con la luz del día dejaba ver las sombras de las cebollas, las patatas y el resto de verduras. Sacó de la nevera un poco de carne y de las bolsas una cebolla, un par de patatas y perejil, lo cortó todo y lo puso a hervir en agua. Salió de la cocina y se dirigió a su habitación.
Cuando abrió la puerta, el viejo olor a madera inundó su nariz, una gran cama de matrimonio con dos gastadas mesitas a los lados dominaba el dormitorio. En una de las mesitas estaba la foto de Lucía, la esposa de Ángel, una mujer de pelo castaño, con un rostro de alegría y ojos verdes que miraban fijamente a Ángel. La foto era antigua, pero ya tenía color. Empotrado en la pared y a un metro de la puerta, un gran armario ropero, con dos pequeños cajones, debajo de los enormes portones que resguardaban la ropa.
Ángel se acercó a la mesilla que sostenía la foto de la difunta Lucía. Cogió el marco dorado y se sentó en la cama, con una cara que reflejaba una fría tristeza.
-        Lucía… -pensó- si supieras lo mal que lo estoy pasando… -cerró los ojos y se los rascó como si quisiera impedir el paso a las lágrimas. Lo consiguió.
Recordó la agonía de su querida esposa durante el tratamiento del cáncer que le llevó a la muerte. Aquella sala blanca, en aquel blanco edificio, donde penas, desgracias, milagros y alegrías se juntaban en una extraña mezcla que creaba un ambiente desagradable y al mismo tiempo de gran paz. Recordó el último día con ella, cogidos de la mano, con Antonio en el colegio. Ángel se había tumbado en la cama de hospital junto a Lucia, hablaban como cualquier día cotidiano, se besaban y coqueteaban como una pareja joven a la que nada le importaba. Tras comer, el cansancio y el calor del día les vencieron, y ambos se quedaron dormidos. “Te quiero” es lo último que salió de la boca de aquellos dos enamorados. Ángel se despertó y miró el angelical rostro de Lucia. La acarició. Estaba fría y Ángel supo que significaba eso, no lloró, simplemente se acurrucó al lado de su pálido cuerpo se volvió a dormir, hasta que los médicos los encontraron a los dos.
Del dique que había formado a base de fuerza para no llorar salió una pequeña lágrima que recorrió todo su rostro y calló en su camisa. Al darse cuenta de la situación, dejó la foto en la mesilla y se levantó de la cama. Entonces, se dio media vuelta y se puso frente al colchón, lo levantó un poco y sacó una llave un poco oxidada. Se acercó al armario e introdujo la llave en el cerrojo de uno de los pequeños cajones. Dentro había un pequeño libro verde, tenía las letras y bordes de la portada plateados y gastados de haberlo usado tantas veces. Cogió el libro, un bolígrafo y un despertador y fue al salón. Miró su reloj, las dos y veintitrés minutos, se tumbó en el sofá y empezó a leer.
Pasó un rato y miró el despertador, las dos y veintitrés. Se dio cuenta de que la mancilla de los segundos del despertador no avanzaba, miró su reloj de pulsera, tampoco funcionaba. Extrañado, fue a comprobar qué le faltaba a la comida. Llegó a la cocina y no encontró más que un perfecto orden. No había rastro de las bolsas con las verduras, ni la olla con el hervido.
Oyó el ruido de una caída en el salón y el teléfono situado en la mesa de la cocina empezó a sonar. Ángel, muy perturbado por lo que estaba ocurriendo, lo cogió con desconfianza.
-        ¿Dígame?
-        Hola, -la voz hablaba con un gran tono de pena y tristeza.- somos del hospital central de la capital, le comunicamos con gran tristeza que ha habido un atentado en la estación y hemos identificado los cuerpos de Antonio Gómez y Mónica González.
Ángel empezó a temblar sin que él pudiera controlarlo, no sabía si estaba temblando por el miedo que le causaba esta situación tan extraña, o su cuerpo lo hacía por voluntad propia.
Golpeándose contra las paredes, consiguió llegar al salón, donde descubrió que el golpe que había oído era de un pequeño marco, el cual se encontraba bocabajo en el suelo. Se acercó a él y lo levantó, una foto de Leo apareció ante Ángel, la dejó en una de las estanterías del mueble de la televisión.
Encendió la televisión y empezó a cambiar de canal. Todos los canales tenían un informativo en el que hablaban del atentado en la capital. El miedo se apoderó de Ángel que solo pudo salir corriendo hacia la puerta de la casa, la abrió a la desesperada, pero no encontró su calle. Ante él se extendió un patio con un camino hacia una gran puerta metálica, con palmeras bordeando el camino. Dos caminos rodeaban el recinto, pegándose a los muros que acababan en la gran puerta metálica. Los dos pequeños jardines que nacían entre los caminos estaban compuestos de dos rosales en cada jardín, una cobertura de césped y al borde de los caminos exteriores se aglutinaban los lirios azules. Los temblores habían desaparecido, Ángel se giró, y no vio su casa, si no un enorme edificio de fachada amarilla, en forma circular deformada por algunas habitaciones que sobresalían, el tanatorio. La puerta por la que había salido al patio ya no era la de su casa, en su lugar había unas puertas automáticas de cristal. Dentro del edificio, dos ataúdes.
Intentó entrar, pero las puertas automáticas no se abrían, golpeó la puerta pero parecía que ninguna de las decenas de personas le oía. Pasó por el camino central y se paró en la puerta. Dio media vuelta, se apoyó en el muro del jardín y se sentó arrastrando su espalda por el áspero ladrillo del muro, cerró los ojos y se pasó las manos por la cara.
Cuando abrió los ojos, no estaba en el jardín. Era un sitio muy oscuro, con paredes y techo de roca, la humedad, el frío y el olor a cal inundaban el ambiente. Con él, muchas más personas, vestidas de un modo bastante antiguo. Vio a una familia en corro, rezando, que le llamó la atención. Eran cuatro personas. Una mujer con un viejo pañuelo rodeando su cabeza, y un rosario negro entre sus temblorosas manos. A su lado, dos niños que rezaban con tranquilidad, ajenos al ambiente frío y cargado de miedo que allí se respiraba. Cerrando el círculo, un hombre con una chaqueta marrón desgastada y con barro seco que había recogido del suelo. No rezaba. Simplemente mantenía los ojos abiertos y se tapaba la boca con las manos agarradas.
Unas alarmas empezaron a sonar, y el nerviosismo empezó a crecer en la gran cúpula de roca. El suelo empezó a temblar. Ángel, ante la incertidumbre, sintió el impulso de dirigirse hacia la familia que se refugiaba en la oración. Por el corto camino se encontró un espejo roto, temblando al ritmo de la tierra con la constante alarma de fondo. Se acercó a él, pero no vio su viejo rostro, sino el rostro de un joven muchacho de diez años con unos ojos azules que brillaban en la oscuridad de aquel lugar. No entendía nada, alargó la mano para quitar la fina capa de polvo que recubría el cristal. Al hacerlo vio su viejo rostro. Antes de que pudiera reaccionar, una gran sacudida del suelo junto a un gran estruendo sacudió a Ángel y lo tiró al suelo. Los temblores de la tierra empezaron a crecer, y se oyeron algunos gritos de horror y llantos. Ángel se fijó en que la familia que había dejado de observar continuaba igual, rezando, con las mismas expresiones en sus rostros, como si no se dieran cuenta de nada de lo que estaba sucediendo. Un fino hilo de tierra cayó justo delante de los ojos de Ángel. Miró arriba, el techo de roca se estaba agrietando. El sonido de las rocas resquebrajándose aumento el nerviosismo de la multitud. La gente empezó a desaparecer por varias de las salidas que tenía la cúpula, pero la beata familia continuaba allí. Ángel corrió hacia ellos para llevárselos de allí, pero mientras corría el techo de piedra cedió, sepultando a la familia entera. Ángel quedó cegado por el polvo y el sonido de la sirena, ahora más sonora que nunca le ensordeció. El polvo empezó a meterse en sus pulmones. A cada inspiración que el joven cuerpo de Ángel realizaba, podía respirar menos. El cuerpo le empezaba a fallar. La boca le sabía a sangre. Sentía en sus ojos, ya llenos de polvo, unas bolsas de arena que le obligaban a cerrar los parpados. Se tumbó en el suelo, con la total certeza de que iba a morir en aquel frío infierno. Cuando su cuerpo no pudo más, se desmalló.
Ángel despertó en el sofá de un sobresalto. Estaba sudando y le faltaba el aire. Oyó como el agua hervía en la cocina. “¿Por qué?” Se preguntó a sí mismo. Inmediatamente, se incorporó y cogió el gastado libro verde y el bolígrafo y empezó a escribir.

domingo, 8 de abril de 2012

La Cadena de Plata: Quinto capítulo

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5
Leo y Alberto acabaron de comer, se lavaron las manos y se fueron a la biblioteca de Rafael. Era la puerta que estaba enfrente de la cocina, era una habitación con estanterías por paredes, y un pequeño escritorio en el centro, para leer toda esa cantidad de libros. Sofía apareció por la puerta con una sonrisa en los sabios, y miró a los dos niños, tirados en el suelo con un par de libros con ellos.
-        Chicos, voy a darme un baño, si necesitáis algo, avisadme.
-        Vale mama, supongo que después nos iremos a jugar por la calle.
-        De acuerdo, pero llevad cuidado.
Sofía desapareció de la biblioteca, y fue directa al baño, allí abrió el grifo de la bañera y empezó a llenarla mientras ella se desnudaba. Se miró fijamente al espejo, centró su vista en esos ojos marrones, y empezó a reflexionar sobre el año que llevaba después del atentado, y después de haber sufrido tanto. Recordó el día en el velatorio, cuando estaba en la cola para darles el último adiós a sus mejores amigos. El guardia estaba delante suyo, cabizbajo, de vez en cuando miraba hacia atrás para ver si la persona del primer ataúd había acabado, en una de esas ocasiones, el guardia se apartó, y esta vez, si que miró a Sofía, que miró hacia delante, contemplando ambos ataúdes. Un escalofrío le recorrió la espalda.
-        ¡Mama! ¡Nos vamos a jugar! - Avisó Alberto, sacando por un momento a su madre del trance.
Sofía se dio la vuelta, la bañera ya estaba llena de humeante agua, se dio cuenta de que le sudaba la espalda, y la tenía sudorosa, de ahí el escalofrío que había sufrido. Se metió dentro de la bañera y sin poder evitarlo, cerró los ojos y volvió a sumergirse en sus recuerdos.
Se plantó frente al ataúd de Antonio, al cual conoció cuando entró a la universidad. Ella había conseguido entrar en una de las mejores universidades de la zona, pero el resto de sus amigos y compañeros no. Estaba sola en un mar de desconocidos, y eso la puso muy nerviosa y no pudo pensar con claridad. Con los nervios, no podía encontrar la clase y el reloj corría en su contra, se apoyó en la pared del pasillo y miró al vacío. “Mi primera clase y ya la he cagado” pensó.
-        Perdona, ¿Eres de primer año de derecho?
Sofía se giró y se topó con unos ojos verdes que le sonreían con gran alegría.
-        Sí, pero me parece que me he perdido, me suele pasar… - Sofía hablaba con una mezcla de impacto por el encontronazo con Antonio y el ridículo de la situación - ¿Me puedes ayudar a encontrarla?
-        Por supuesto, te has quedado bastante cerca, está acabando este pasillo. Por cierto, me llamo Antonio.
-        Yo Sofía – Le respondió con una amplia sonrisa, que demostraba confianza
-        Oye, si quieres podemos tomar algo juntos cuando acabe la clase. - Sofía no tenía claro si ese nuevo conocido estaba intentando ligar con ella, pero accedió. – Me has caído bien, si necesitas algo, búscame en clase.
Esa tarde tomaron café, y no fue la última. Desde entonces, Sofía y Alberto siempre quedaban casi todos los días al acabar las clases y hablaban de sus cosas. Alberto era una gran ayuda para Sofía tanto en el ámbito personal como en el de los estudios, lo que hizo que se convirtiera en uno de sus mejores amigos. Después de tres años de amistad, cuando acabó la última clase, Antonio se acercó a Sofía.
-        Sofi, no puedo tomar el café hoy pero… ¿Tienes planes esta tarde?
-        Pues… La verdad es que no.
Sofía sólo tenía un amigo de verdad en la clase, y ese era Antonio, el resto eran compañeros con los que quedaba muy de vez en cuando. Sus verdaderos amigos estaban lejos, algunos se habían visto obligados a irse a estudiar a universidades de otras ciudades, y otros estaban muy ocupados con los estudios para salir, por lo que la mayoría de las tardes, Sofía se quedaba en casa. Antonio sabía todo esto, y no quiso que su mejor amiga estuviese en ese estado.
-        Perfecto, pues te vas a venir conmigo y te presento a unos amigos ¿Qué dices?
La propuesta chocó con Sofía, ella era muy tímida para conocer gente, y siempre se quedaba bloqueada, pero aun así no podía negarle nada a Antonio, no después de todo lo que había hecho por ella en estos últimos tres años.
-        De acuerdo – Dijo con una sonrisa en los labios – ¿Quedamos en la parada de la universidad?
-        ¡Perfecto! Pues nos vemos a las 6 allí. ¡Hasta entonces!
Esa tarde ambos cogieron un autobús y fueron juntos a la capital y se reunieron con el grupo de Antonio. En una mesa había dos chicas y tres chicos. Antonio empezó a saludar a todos, hasta plantarse delante de una de las chicas, con una melena rubia, y un rostro iluminado por una sonrisa que se dibujó al ver a Antonio. Ambos rostros se fundieron en un beso, mientras la chica rodeó a Antonio con los brazos, y él la cogió de la cintura. En ese momento, Sofía la identificó, era la novia de Antonio, Mónica. Antonio le había hablado mucho de Mónica, pero nunca se la había imaginado tan guapa, tan alegre, pero eso sólo aumento su buena impresión. Se volvió a Antonio y se percató de que se disponía a hacer las presentaciones, mientras se acercaba con Mónica al lado.
-        Sofí, esta es mi novia, Mónica. Mónica esta es Sofía, mi mejor amiga, - La calificación de la que la catalogó alagaron a Sofía, que sonrió en el acto. – pero puedes llamarla Sofi.
Mónica sonrió como si la conociera, y Sofía le devolvió el saludo del mismo modo.
-        ¡Hola Sofi! Toni me ha hablado muchísimo de ti.
-        Lo mismo digo, encantada de conocerte. – Respondió con gran entusiasmo.
-        Bueno, te voy a presentar al resto del grupo.
El resto del grupo se fue acercando y Antonio los fue acercando. El primer chico se llamaba Fermín, era el más alto del grupo, con el pelo corto y rubio, con una mirada de ceniza. Era un chico divertido, siempre estaba sonriendo como si no le preocupara nada. Luego se le presentó la segunda chica del grupo, se llamaba Pilar, era una chica de pelo corto y negro, con unos sonrientes labios pintados de un rojo vivo, para resaltar lo carnosos que eran. Sus ojos de color verde oscuro miraban a Sofía con curiosidad. Era una chica muy jovial y muy sociable, siempre dispuesta a ayudar a sus amigos, lo que la convirtió en la confidente del grupo. El tercero se llamaba Roberto, pero desde siempre le llamaban Blanco, ese era su apellido, pero además, el mote iba referido al pálido de su piel. Tenía unos ojos de un color castaño muy intenso, estaba rapado, y su fuerte físico estaba basado en una espalda ancha y musculosa, estos elementos le otorgaban un atractivo físico que le facilitaba las cosas a la hora de tratar con las chicas. Pero también le otorgaban cierta prepotencia y un ego que a veces salían a la luz en los momentos menos oportunos, aun así, se podía contar con él cuando fuera necesario. Sofía giró un poco la cabeza, y se topó con dos ojos zafiro que le sonreían con timidez. Un cosquilleo le sacudió todo el cuerpo, y los nervios que había perdido presentación tras presentación volvieron.
-        Hola, yo soy Rafael, encantado. – Dijo aún con la tímida sonrisa en la boca.
-        Encantada, Toni me ha hablado de ti.
A partir de entonces Sofía se convirtió en una más del grupo, empezó a salir siempre con ellos y se dio cuenta de que Rafael le gustaba, y empezó a coger confianza con Mónica, y se convirtió en su mejor amiga.
Sofía volvió delante del ataúd de Antonio, un rayo que salía entre dos nubes, iluminó por unos instantes todo el tanatorio, y creó un reflejo en el marco de la foto de Antonio que deslumbró a Sofía, y hizo brillar todos las lagrimas que tenía en la cara, una imagen tristemente bella.
-        Me diste alegría donde esperaba encontrar soledad, no merecíais este final. Adiós Toni…
Se secó las lágrimas y se dirigió al ataúd de Mónica, quien se había convertido a lo largo de todo este tiempo, una hermana para ella.
Al poco tiempo de que Sofía se uniera al grupo, ella y Mónica se convirtieron en grandes amigas, quedaban juntas en muchas ocasiones, Pilar tenía otros amigos con los que quedaba, por lo que sólo la veían cuando salían todos juntos. Después de un tiempo, empezaron a tener confesiones intimas entre las dos, una de ellas el amor que sentía Sofía hacia Rafael. Mónica se propuso unir a sus dos amigos, por lo que le insistía que se declarara.
-        Vamos Sofi, se le nota en la cara que le gustas. El tiempo que tardas en lanzarte, es tiempo perdido…
-No estoy segura Mónica. ¿Cómo puedo saber si le gusto?
-        ¿Bromeas? Eres una chica preciosa y tienes buen tipo. ¿Qué más quieres?
-        No sé si él opinará igual…
-        He de confesarte una cosa, cuando te conocí me puse muy celosa. – Miró al cielo y cerró los ojos, como si se avergonzara de admitirlo, luego sonrió, porque sabía que ella lo comprendería. – Te vi tan feliz con Toni, y tan feliz él contigo, que me temí lo peor, pero ahora que te conozco me he quedado tranquila. – Sofía no sabía que responder, esta confesión le impactó, pero no se enfadó, simplemente escuchó. – Me demostraste ser una chica de confianza, y eso es otro punto a tu favor. Enserio, Sofi, da el paso, que a veces a los hombres son demasiado sosos para hacer estas cosas.
Las palabras de Mónica reconfortaron a Sofía, la confianza que le demostró con esa conversación la hizo sentirse muy feliz, ninguna persona le había expresado esa confidencia, ni si quiera sus amigos de la infancia la había tratado así. Cada día el cariño que se tenían iba aumentando, lo sabían todo la una de la otra.
Después de un año de amistad, las dos amigas quedaron para preparar una ocasión muy especial. Mónica acababa la carrera, y Sofía la estaba ayudando a prepararse, a ella aún le quedaba un año para graduarse. Mónica llevaba un vestido “palabra de honor” azul, se había pintado los labios de rojo oscuro, y una sombra de ojos cubría sus parpados. Sofía ya estaba arreglada, con un vestido blanco de hombros caídos, no iba muy maquillada, y llevaba el pelo recogido en un moño. Mientras peinaba a
Mónica en su habitación, entablaron una conversación sobre todo lo que significaba ese día.
-        Parece increíble que vaya a graduarme ya, estos años se me han pasado volando.
-        Qué suerte tienes, a mi todavía me queda un año de estudio…
-        Vamos Sofi, hoy también puede ser un día importante para ti. Vas a estar en una fiesta con bebida, ambiente… es el lugar perfecto para que te declares a Rafa.
-        No sé yo… Ya sabes lo que me cuestan estas cosas Moni…
-        ¡Vamos Sofi! Yo acabaré yéndome con Toni por ahí, querremos estar a solas como comprenderás, ese debe de ser tu momento.
-        Está bien, lo intentaré. – Sofía dejó el cepillo. – Levántate para que pueda verte. – Mónica la obedeció. Sofía la miró y sonrió. – Estás preciosa.
-        Tú también. – Mónica la miró de arriba abajo. – Gracias por todo lo que has hecho por mí.
-        No, Moni… Gracias a ti…
Ambas se emocionaron, pero ninguna lloró, se miraron a los ojos y sin articular palabra de la habitación, rumbo a la universidad. La ceremonia transcurrió con bastante naturalidad, y después de la cena, el grupo de amigos se separó del resto de graduados y pasearon por la ciudad, de bar en bar. Sofía se percató de que Antonio y Mónica, se habían aislado en su pequeño mundo de pasión, y miró a Rafael que estaba bromeando con Fermín, Roberto y Pilar, se sentía apartada. Rafael la miró y sonrió, se levantó, mirándola fijamente con sus dos azules ojos, invitándola a que se uniera a la conversación. Sofía era incapaz de pedirle a Rafael que viniese a solas con ella, que tenía que decirle algo importante, se estaba agobiando de ver como la oportunidad más clara que tenía se le escapaba por su timidez. Le miraba, como hablaba, como se reía y se dio cuenta, de que no había fumado en toda la tarde, cosa que le extrañó.
La fiesta acabó, y Sofía no había conseguido su objetivo. Mónica estaba decepcionada, pero prefirió consolarla, ya que estaba muy afectada.
-        Vamos Sofi… Seguro que tendrás otra oportunidad, de todos modos, vamos a seguir saliendo todos juntos. Vamos, alegra esa cara por favor.
Sofía tenía los ojos húmedos, le temblaban las manos. Oyó las palabras de Mónica, pero las ignoró, no le dolía no haber conseguido lo que quería, le dolía la timidez e inseguridad con la que se había comportado, sentía rabia por el hecho de no haber actuado con el valor deseado.
-        Joder Moni… soy una cobarde, una estúpida.
-        No digas esas cosas Sofi… Tú eres capaz de hacer lo que quieras, sólo tienes que poner empeño, yo confío en ti.
Con la tensión acumulada, no se habían percatado de que Rafael se había acercado.
-        ¿Interrumpo algo?
-        No, para nada. – Contestó Mónica con sorpresa.
-        Bueno, sólo quería decirle a Sofi una cosa. ¿Te vienes conmigo a la parada del bus?
-        Si, por supuesto. – El rostro de Sofía se iluminó. – Voy enseguida.
-        De acuerdo, avísame cuando quieras que nos vayamos.
Rafael se fue con el resto del grupo. Sofía miró a Mónica y sonrió, ella extendió los brazos mientras soltaba una carcajada, y ambas se abrazaron.
-        Anda, y no lo cagues ahora.
Sofía avisó a Rafael y caminaron hacia la parada del autobús, el camino fue silencioso y solitario, caminaban sin mediar palabra. Ya en la parada, mientras esperaban al autobús, Sofía intentó darle conversación, pero sus labios estaban sellados, el miedo y la vergüenza volvían a invadir su mente, pero ante su sorpresa, Rafael tomó la iniciativa.
-        La verdad es que ha sido una noche espectacular. – Mientras hablaba, miraba al cielo, oscuro, sin estrellas a causa de la luz de la ciudad. – Has estado muy callada todo el rato. ¿Te pasa algo?
-        No nada, hoy no estaba muy animada, sólo eso. Por cierto, me he dado cuenta de que no has fumado. ¿Te lo estas dejando?
Rafael sonrió tímidamente, y con una pizca de ironía.
-        Yo nunca me dejaré el tabaco, es parte de mí. Lo que pasa es que fumo cuando quiero, que es distinto.
-        Ya veo… - La contestación fue vaga y seca, y Rafael se había percatado de ello.
-        Oye que no lo decía de malas maneras, perdona si te he ofendido – Su tono de voz había cambiado a arrepentimiento.
Sofía rió y le dijo con voz risueña:
-        Idiota, que no me ha sentado mal, que ingenuo eres.
Ambos rieron y entablaron una conversación muy intensa, al cabo de un rato, una gran sombra apareció al final de la calle, y a medida que se iba acercando, se distinguía más el color azulado del autobús. En medio de la oscura noche, un autobús, conducido por un señor calvo y esquelético, transportaba a un borracho que volvía a casa después de cerrar varios bares, a un pequeño hombrecillo con un traje barato, que salía de su oficina tras acabar todas sus horas extra, a una mujer corpulenta que venía del aeropuerto, con un abrigo que parecía muy caro y una maleta llena de ropa, y al fondo del autobús, había dos jóvenes enamorados que hablaban, reían y bromeaban, mirándose a los ojos con una ternura, visible para cualquier persona, menos para ellos mismos.
El autobús llegó a la universidad, ahora iban a coger caminos distintos, Sofía tenía que coger un autobús hacia la periferia de la capital, y Rafael un autobús que le llevara al pueblo. Mónica y Antonio se habían quedado más tiempo por la capital adrede, para que se quedaran solos. El autobús de Rafael llegó, cuando Sofía se dio cuenta de que no le había dicho nada de lo que quería ya se encontraban frente a la puerta del autobús. Los nervios y el arrepentimiento de no haber sido capaz volvieron a invadir el cuerpo de Sofía, su cabeza empezó a maquinar que podía hacer, y solo se le ocurrió una cosa.
- Sofía he de decirte una cosa. – La voz de Rafael interrumpió los pensamientos de Sofía. – Hoy no he fumado porqué no me apeteciera, no lo he hecho porqué quería hacer una cosa. – Entonces Sofía lo entendió todo, mientras Rafael hablaba, los nervios se transformaron en euforia, el arrepentimiento en alegría. – No he sido capaz de hacerlo, pero quería… - Sofía le interrumpió con un fuerte beso y apretándolo entre sus brazos, Rafael se quedó aturdido, y con una sonrisa de estúpido en la boca.
Sofía tenía una sonrisa de niña en el rostro, y dijo con voz juguetona:
-        Anda vete, que vas a perder el bus.
-        Sí, claro. – La cara de estúpido permanecía en el rostro de Rafael. Sofía rió.
Al día siguiente, Sofía llamó por teléfono a Mónica y se lo contó todo. Las dos amigas quedaron por la tarde y compartieron la alegría que les producía la liberación de una presión tan fuerte y duradera como esa. Cuando acabó el día y se iban a despedir, Sofía apretó con sus brazos a Mónica.
-        Gracias. - Dijo en un susurro que se llevó el viento.
El calor del agua sacó a Sofía de sus recuerdos y se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta. Estaba acongojada, pero las lágrimas se confundían con el sudor por lo que no tenía claro si estaba llorando. Se secó y se vistió, abrió la puerta y una corriente de aire fresco chocó con su cuerpo. Salió a la terraza, y se tumbó en una hamaca y cuando una lágrima se deslizó por su rostro, confirmó que estaba llorando.

domingo, 1 de abril de 2012

La Cadena de Plata: Cuarto capítulo

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4
El sol empezaba a ponerse alto, Leo y Alberto salieron del parque y empezaron a caminar hacia casa de Alberto, volvieron por donde habían venido, llegaron al ayuntamiento y bajaron la avenida hasta el mercado, allí se adentraron en él. El mercado consistía en una serie de tenderetes que los pequeños comerciantes ponían en la calle, los fines de semana, en una zona reservada de la avenida donde se desviaba el tráfico. Siempre acudía mucha gente, y se podían encontrar artículos de imitación y segunda mano, los precios atraían a la multitud, y generaba un bullicio espantoso. Llegaron a un puesto donde había una señora vendiendo amuletos, se trataban de todo tipo de cachivaches, los cuales, aseguraba ella, daban buena suerte en amor, dinero... la gente sabía que ese tipo de historias era pura verborrea, pero aun así a veces alguien compraba algo como adorno. Al lado del pequeño puesto, nacía una calle liberada de tenderetes, se adentraron en ella y caminaron hasta la quinta calle. Se pararon en el número 16, era una casa de dos pisos, con una fachada azul y con los bordes de puertas y ventanas blancos, era una casa algo vieja ya que se encontraba cerca del centro de la ciudad. Alberto llamó al timbre y alguien descolgó el portero automático.
-         ¿Quién?
Leo reconoció la voz de Sofía.
-         Mama, somos nosotros, abre. - Dijo Alberto con una gran alegría juvenil.
Tras un ruido electrónico del timbre, la puerta se abrió y pasaron a un pequeño vestíbulo con una puerta que conducía al garaje y unas escaleras pegadas a la pared que subían hasta la puerta de entrada, subieron y entraron a un pasillo paralelo a la puerta. A la izquierda se encontraba una puerta con un cristal semitransparente que daba a la terraza, al otro lado, el pasillo se extendía con varias puertas a los lados, y una al final del pasillo que daba a la habitación de los padres de Alberto. Al fondo del pasillo a la derecha de la puerta del dormitorio, se encontraba la cocina y el comedor. La cocina era algo pequeña y alargada, la nevera, plateada y brillante, aparecía justo delante de la puerta, los fogones de gas quedaban un poco más a la izquierda, tras dos armarios bajos cubiertos de encimera. Pegada a la pared en la que se encontraba la puerta, se encontraba una pequeña mesa con un frutero y un poco desordenada, debido al ajetreo de la cocina. A la derecha, la pequeña cocina se ensanchaba hasta convertirse en un gran comedor, con una mesa en el centro, en la que había seis sillas, cuatro a los lados y una en cada lado estrecho de la mesa. En paralelo a la mesa, una gran televisión sobre un mueble de madera, con unos pequeños cajones en la parte inferior donde guardaban papeles y documentos que estaban en desuso, y justo al lado, una estantería que se ensanchaba desde el mueble de la televisión hasta la pared, repleta de libros.
Alberto y Leo llegaron al comedor, cuando pasaron por la cocina, la madre de Alberto estaba acabando de preparar la comida. Al ver a Leo, sus dos ojos marrones se iluminaron de felicidad y una gran sonrisa se dibujó en su rostro.
-        ¡Hola Leo! - Hablaba con una alegría propia de quien no ve a un ser querido en mucho tiempo.- La comida esta casi preparada, sentaos en la mesa.
Ya en el comedor, Rafael estaba sentado leyendo el periódico, con una expresión de seriedad en la cara .Alzó la vista un momento y miró a Leo, sonrió de forma muy paternal.
-         Hola Leo, ¿Qué tal está tu abuelo? – Preguntó mientras cerraba el periódico y lo guardaba disimuladamente.
-         Bien Rafa, tiene ganas de veros.
-         Bueno, pues dile que cuando quiera tomar café, que me llame.
Desde el atentado, Ángel y Rafael solían tomar café junto. Al principio hablaban de recuerdos que vivieron juntos con Mónica o con Antonio, después, cuando el olvido ocupaba sus mentes, hablaban de cosas más cotidianas, de Leo, de Alberto… Pero siempre acababan contando alguna anécdota relacionada con ellos. Rafael y Antonio se conocían desde la infancia, empezaron a ser amigos cuando estaban acabando la educación secundaria, cuando llegaron a la universidad, ya eran inseparables. Antonio se convirtió en la conciencia de Rafael, y este en la suya, pero Rafael siempre reconoció, que quien más consejos daba era Antonio. Él era más alocado, y Antonio más tranquilo, cuando se conocieron, ambos aprendieron el uno del otro. Aún así, había algo que Antonio no podía conseguir que Rafael dejara: el tabaco.
Desde joven, Rafael fumaba y no había pensado en dejárselo. Pidiese quien se lo pidiese, él no iba a dejar de hacerlo. Lo consideraba parte de sí mismo, si dejaba de fumar, perdía parte de su esencia. Pero Antonio se propuso ser diferente, y conseguir lo que, ni siquiera Sofía había conseguido.
-        Rafa, ¿Por qué no te dejas ya esa mierda?
-        Joder Toni, ¿Ya empezamos?
-        Lo único que vas a conseguir con eso es provocarte un cáncer. Enserio, te haces un favor dejándotelo, y a Sofi también, está preocupada.
-        Vamos tío. ¿Un cáncer? ¡Menuda tontería!
-        A mí no me lo parece, mi madre murió de uno, ¿Recuerdas? ¿Y sabes que es lo peor? Que cuando alguien muere, quien sufre son los supervivientes, piensa en Sofi, piensa en mí, en tu familia. – El tono de Antonio cambiaba poco a poco a un tono de enfado
-        Toni, - Empezó a explicar en voz tranquila. - ya hemos discutido otras veces de esto, no quiero que esto desemboque en más. No desprecio lo que le pasó a tu madre, ni opino que el cáncer sea una tontería, fui el primero que te apoyó en eso y lo sabes.
-        ¿Y si Sofi y tú decidís tener niños?
-        Entonces no fumaré delante de ella, ni del bebé cuando nazca.
-        Sabes que no me daré por vencido ¿Verdad?
-        Descuida, lo sé.
Era una discusión muy típica entre ambos amigos. Rafael mantuvo su promesa, cuando Sofía se quedó embarazada, él no fumó delante de ella, buscaba un lugar apartado y ventilado, pero siempre con la seguridad de que si Sofía necesitaba algo, Rafael podría estar ahí para atenderla. Añadió el gesto de hacer lo mismo con el embarazo de Mónica. Cuando Alberto nació, la rutina para Rafael ya era fumar en la terraza. Pero aún así, Antonio también mantuvo la suya, e insistió en que Rafael tenía que dejar el tabaco. Y lo conseguiría.
Una mañana, Rafael decidió hacer algo que no hacía desde hacía diez años, se iba a fumar un cigarrillo dentro de casa. Sofía estaba trabajando, y Alberto estaba en el colegio, no perjudicaba a nadie. Sacó la cajetilla de tabaco, cogió un cigarrillo, se lo encendió y se sentó en una silla del comedor. Mientras estaba sumido en sus pensamientos, oyó como la puerta de casa se abría, y unos pasos torpes y desesperados se acercaban hacia el comedor. De la puerta del pasillo, surgió Sofía, gimiendo y llorando, sin apenas poder sostenerse en pie. Sofía se abrazó a Rafael, el cual, aturdido, la abrazó, intentando que se calmara, pero no lo hacía.
-         ¡Tranquila Sofi! Vamos cariño, ya esta… - Sofía se tranquilizó, pero no dejó de llorar. – Vamos… Cuéntame que ha pasado.
-         La capital… una bomba… - Sofía no podía hablar con normalidad, le faltaba el aire, pero consiguió transmitirle el mensaje a Rafael. – Antonio y Mónica han muerto… - Y no puedo articular más, sólo, lloró.
La noticia atropelló a Rafael de tal manera, que se quedó en shock, delante de él solo aparecía Antonio pidiéndole que dejara de fumar, que eso le mataría. Revivió una a una todas las discusiones que había tenido con él sobre el tema. Y entonces miró el cigarrillo, consumiéndose, ajeno a todo lo que estaba ocurriendo. Cogió el cenicero, y lo apagó, y entonces, Antonio consiguió lo que había andando buscando desde hace años. Rafael no volvió a probar un cigarrillo, nunca se vio tentado a reengancharse, simplemente, no pudo.
En el velatorio, Sofía lloraba sin consuelo abrazada a Rafael, mientras que él sólo podía mirar a su alrededor y contemplar todo el dolor que se reunía en el tanatorio. El tanatorio era una estructura circular de piedra gris y con techo de cristal. En la pared curva había unos bancos empotrados contra la pared para que la gente se sentara y algunas puertas que conducían a habitaciones que, desde el exterior, rompían la forma circular de la estructura, entre ellas las de los lavabos, un almacén, y una capilla bastante amplia. En el centro del tanatorio estaban los ataúdes de Antonio y Mónica, y la gente se colocó en fila para darles el último adiós a los difuntos. Rafael se puso detrás de Sofía, ambos con un ramo de flores, la fila pasaba primero por el ataúd de Antonio donde un guardia de seguridad controlaba a la gente, dejó entrar a Ángel, que era la primera persona de la cola, y cuando acabó de darle el último adiós a su hijo, siguió recto hacia el ataúd de Mónica, en ese momento, el guardia dejó pasar al segundo de la cola, Leo, y así sucesivamente en toda la cola. Sofía pasó al ataúd de Antonio y el guardia bloqueó el paso. Rafael vio como Sofía le hablaba en voz baja al ataúd, mientras agarraba el ramo con las dos manos, cuando acabó, se secó las lágrimas, y se dirigió al ataúd de Mónica. El guardia se apartó y dejó paso a Rafael, que se dirigió con paso firme al ataúd de su mejor amigo. Se paró, se agachó y dejó el ramo de flores junto a otras ofrendas de otros allegados a la familia. Puso la mano encima del ataúd cerrado, donde estaría el pecho, y su cabeza habló por él:
-        Esto no debería de ser así Toni, el imprudente en esta vida he sido yo. Tú tendrías que haberme enterrado a mí, y nunca al contrario. Recuerdo las cosas que me desaconsejabas que hiciera, y las que yo te aconsejaba hacer, como cuando probaste tu primer trago, y tú, al mismo tiempo, me enseñaste a no beber tanto. Supongo que nuestra amistad se basaba en todo lo que aprendíamos el uno del otro. - Se sonrió a sí mismo. - Nos complementábamos... - Volvió a ponerse serio, y se rebuscó en el bolsillo. - Eras un cabezota, si te proponías algo, lo tenías que conseguir costara lo que costara. Así que enhorabuena, lo has vuelto a conseguir, pero no sé si el precio que hemos pagado todos es el justo. - Sacó su último paquete de tabaco del bolsillo, y lo dejó junto a las flores. – Adiós amigo…
Echó un último vistazo a la foto de Antonio que había encima del ataúd y se dirigió al ataúd de Mónica.
Rafael conoció a Mónica cuando empezó a ser amigo de Antonio, no tenía mucha confianza con ella, pero ella quiso acercarse a él para ayudar a que la relación entre Sofía y él prosperara, aún así, Rafael se mostró reacio a toda confianza con ella. Pero cuando empezó su relación con Sofía cogió algo de confianza, y con el tiempo la amistad fue creciendo. Compartían muchas ideas, y se reían mucho juntos, cuando ella y Sofía estaban juntas en casa, Rafael les preparaba para cenar el plato favorito de Mónica.
Rafael miró el ataúd con la foto de Mónica encima, bajo, más ofrendas a los difuntos, entre ellos, el ramo que llevaba Sofía. Volvió a alzar la vista y su cabeza empezó a maquinar otra vez.
-        Moni… ¿Qué puedo decirte a ti? Debería haber pasado más tiempo contigo… Al fin y al cabo, tuve oportunidad, ya que tú fuiste quien me hablaba todo el rato de Sofía, quien me decía que me declarara ya. Y gracias a que tú hiciste eso ahora tengo una esposa guapísima y un hijo maravilloso. Todo lo que hiciste por mí no te lo hubiera devuelto en toda la vida… Y no sólo tú, también Antonio. Habéis sido mis hermanos, toda mi familia… Gracias…
Rafael se retiró mientras una lágrima le caía por el rostro, observó el tanatorio y encontró a Sofía en uno de los bancos, mirando al suelo y empapándolo de lágrima. Se sentó a su lado y la rodeó con sus brazos, miró al techo acristalado que permitía ver el cielo nublado, bajó la vista y vio en otro de los bancos a Leo y Alberto, mirando al vacío, serios y sin mediar palabra. Volvió a mirar a Sofía, esta, había alzado la vista y se le había quedado mirando un momento, y al instante, acerco sus labios a los de Rafael y le dio un beso con mezcla de amor y una gran pena.
Rafael escapó de sus recuerdos, y se percató de que tenía la comida en la mesa, ya estaban todos comiendo. Sofía había preparado solomillo con patatas hervidas, cogió el tenedor y el cuchillo y empezó a comer, se dio cuenta de que la televisión estaba encendida en el canal de las noticias y el presentador se disponía a dar la siguiente noticia.
-        Ayer se cumplió un año del fatídico atentado que sacudió nuestro país, cuando un grupo terrorista decidió colocar una bomba en la estación. – Mientras el presentador hablaba Rafael miró a Sofía interrogante, y esta le hizo una señal de aprobación. – Ayer, se celebro un acto… - La voz del presentador se apago junto al televisor.
-        Es hora de comer, nada de televisión. – Dijo Sofía.
Alberto y Leo estaban hablando por lo que no se percataron de la noticia, ni de porqué Rafael y Sofía se habían alterado tanto, simplemente asintieron con la cabeza y continuaron comiendo, ajenos a los nervios de los adultos. Rafael intentó volver a la estructura con techo acristalado, a ese momento en el que Sofía le dio ese beso con sabor agridulce, pero no pudo, se había bloqueado por completo. “Necesito descansar…” pensó.

domingo, 25 de marzo de 2012

¡Y aquí va el tercer capítulo de: La Cadena de Plata!

La verdad es que ha sido una semana muy poco productiva por mi parte. El bloqueo nunca es bueno y además el capítulo de hoy no es muy largo. ¡De todos modos, espero que os guste!

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3
Alberto corría hacia casa de Leo, hoy su madre le había dejado invitarle a comer, él a veces comía en casa de Leo pero raras veces era al contrario. A la madre de Alberto, Sofía, no le gustaba tener visitas en casa, aunque a veces le dejaba invitar a Leo, ya que le tenía mucho cariño, y más desde lo sucedido. Siempre le gustaba verlo, ya fuera por la calle o en el colegio cuando iba a recoger a Alberto, pero aun así le traía muchos recuerdos.
Alberto llegó a casa de Leo y tocó el timbre de la entrada, la casa sólo tenía un piso, la fachada era blanca, y tenía una ventana a cada lado de la puerta. Desde dentro se oyeron unos pasos y poco después la voz de Leo por detrás de la puerta.
-         ¿Quién es?
-         Leo, soy Alberto, mi madre te deja venir a casa a comer. ¿Quieres venir?
-         ¡Sí! - Contestó con mucha alegría- Espera que me vista, pasa.
La puerta se abrió, y dio paso a un pasillo del que salían dos puertas a cada lado, y que acababa en el iluminado salón.
-         Vamos Alberto, pasa al salón enseguida estoy vestido- dijo Leo
-         De acuerdo.
Leo se metió en la segunda puerta de la izquierda, Alberto, continuó hasta el final del pasillo, y entró al salón, la luz que entraba desde el jardín dejaba ver todo con claridad, se limitó a sentarse y ver la televisión que Leo se había dejado encendida.
Mientras tanto, Leo se había metido en su habitación, miró en su armario, y cogió las primeras prendas que vio. Se puso una camiseta roja y unos pantalones de chándal negros, al ser aún primavera, Leo prefería taparse las piernas cuando refrescaba. Salió de su habitación, y fue al encuentro con Alberto.
-         ¿Salimos ya? -Pregunto Leo.
-         De acuerdo, pero aún quedan mucho tiempo para que sea la hora de comer, ¿Qué hacemos hasta entonces?
-         ¿Vamos al parque?
-         De acuerdo, coge una pelota.
Leo volvió a su habitación y cogió una pelota de fútbol que tenía en la estantería, al parque al que iban, tenía una pista de fútbol y otra de baloncesto. La más buscada siempre era la de fútbol, casi nadie jugaba en la pista de baloncesto. Cuando Leo y Alberto iban al parque, buscaban al resto de sus amigos, en caso de que no estuvieran, jugaban a baloncesto en una de las canastas.
Alberto y Leo salieron a la calle, y llegaron a la avenida principal, pero esta vez en vez de girar a la derecha como Ángel, giraron a la izquierda, hacia el ayuntamiento. Llegaron a la plaza, era un recinto cuadrado con un jardín mediano a cada esquina que acababa en el centro de los laterales de la calle para dejar unos caminos que se cruzaban en el centro, donde había una gran fuente con varias esculturas de peces y musas de las cuales brotaba agua, alrededor había unos bancos donde solía sentarse gente mayor para hablar. Delante de la plaza, se levantaba la gran estructura del ayuntamiento, en el balcón de la gran estructura roja, ondeaban tres banderas, a la izquierda la bandera de la comunidad, a la derecha la del pueblo, y en el centro la del país.
La plaza partía la avenida en dos calles que se perdían paralelas al ayuntamiento, Leo y Alberto fueron por la calle de la derecha, giraron la primera esquina y continuaron recto unas cuantas calles más, poco después llegaron al parque, era una inmensa zona de donde surgía una selva de pinos rodeada por una valla negra, se accedía por una gran puerta en el centro de la calle, entraron y recorrieron en camino principal, del que brotaban varios caminos, hasta que llegaron a las pistas, allí no encontraron al resto de su grupo, así que decidieron que jugarían a baloncesto, les gustaba jugar al veintiuno, era fácil aunque siempre se aburrían un poco.
-         ¿Qué tal ayer?- pregunto Alberto.
-         Fue algo raro, cuando estaba en el autobús me dormí, y cuando me desperté estaba llorando, no sé en qué estaría soñando.
-         Crees que... Bueno, déjalo.
-         ¿Qué ibas a decir?
-         Nada, nada... Vamos tira, que quiero ganarte de una vez.
Los dos sonrieron, y continuaron jugando. Alberto pensó que hizo lo correcto, estuvo a punto de preguntarle si el sueño hubiera tenido algo que ver con el día en que sus padres murieron. Alberto siempre había sido un chico muy maduro, era una de las cosas que tenía en común con Leo, fue el mejor apoyo que tenía Leo después del trágico suceso. “Menos mal que he cerrado el pico” pensó. ¿Cómo dos niños de once años podían ser tan razonables? ¿Cómo era posible que esas dos criaturas fueran tan consientes de todo aquello que les rodeaba? Todo era un misterio.
La pelota se coló en el aro después de un lanzamiento de Leo.
-         Veinte a veinte, quien meta, gana.
Leo lanzó desde el tiro libre, rebotó en el tablero de la canasta, y aterrizó en las manos de Alberto, quien se disponía a rematar la partida. Lanzó la pelota, vaciló en el aire y empezó a descender hacia el centro de la canasta, dándole el punto de la victoria a Alberto. La pelota volvió de un bote a las manos del chico, Alberto se giró y miró a Leo:
-         Bueno, pues ya está ¿Qué hacemos ahora? - Preguntó con aires de indiferencia.
Leo le miró con fingido recelo y dijo:
-         Sólo ha sido suerte.
-         Eso es lo que tú querrías. Por cierto, mi premio por la victoria es esta pelota.
-         ¡Eh! ¡De eso ni hablar!
Leo empezó a correr detrás de Alberto, dieron vueltas por el parque un buen rato, corrían desde las pistas hasta los columpios, de allí a los paseos, interrumpiendo a parejas, asustaron a algunas mascotas y perturbaron los pensamientos de aquellos que querían sumirse en ellos, pero nadie se enfadaba, sólo miraban como dos inocentes criaturas se perdían en las curvas del camino. Volvieron a los campos de fútbol y baloncesto, los cruzaron y Alberto tropezó con una piedra, cayendo en una zona de césped que había al lado de las pistas, la pelota voló y Leo la atrapó en el aire, la inercia de la carrera también le hizo caer. Ambos se miraron, sin mediar palabra, y se echaron a reír. Hay estaban, dos inocentes pero maduros niños, riendo sin que nada les importase, un verdadero sueño terrenal.

domingo, 18 de marzo de 2012

Segundo Capítulo de "La Cadena de Plata"

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2
Leo despertó, de repente se encontraba en su cama, en su habitación. Su habitación era de tamaño medio, justo para una cama, un armario, una estantería y un escritorio, con un ordenador que ya se estaba quedando desfasado. Sí, tenía una buena habitación. Su abuelo no tenía deudas, y la pensión que recibía era suficiente para mantener a los dos, y, ahorrando un poco, para algún capricho, como era ese ordenador. En una pared tenía una foto enmarcada de sus padres, se quedó contemplándola un instante, trataba de acordarse de que había soñado, como todas las mañanas, lo veía claro por un momento y después se desvanecía. Además la experiencia del día anterior le ocupaba la cabeza, su abuelo fingiendo simpatía con aquellas personas a las que más odiaba.
-         Leo, ven a desayunar. - gritó Ángel desde la cocina.
Leo bajó de la cama, y fue rumbo a la cocina, iba por el pasillo, estaba oscuro, ya que ninguna ventana daba a él, solo entraba un poco de luz desde el cristal traslucido de la puerta de la entrada, caminaba con cuidado de no tropezarse con nada, llegó a la cocina y se sentó en la mesa, allí la luz de la mañana llenaba la estancia, su abuelo le había puesto un vaso de leche con chocolate en polvo y unas galletas en la mesa, era sábado, no tenía colegio, así que tenía pensado quedarse en pijama toda la mañana, al principio pensó en intentar acordarse de lo que había soñado pero se reafirmó enseguida ya que sabía que no iba a servir de nada. Miró a su abuelo, mostraba un rostro sereno, siempre ponía esa cara cuando meditaba mucho alguna cosa, pero era una expresión que no reflejaba ningún sentimiento, sus ojos miraban al vacío, su rostro estaba firme, y tenía una mano frotándose la barbilla, Leo nunca había sido capaz de saber en qué pensaba su abuelo cada vez que ponía esa cara.
Cuando acabó de desayunar, se limitó a sonreír a Ángel, que dirigió su mirada hacia él y le devolvió la sonrisa, y dijo:
-         He terminado, voy al salón.
-         De acuerdo.- Asintió Ángel.
Cuando llegó al salón, levantó la persiana de la ventana, y bañó de luz toda la estancia y el pasillo. Pasó toda la mañana delante de la televisión, pero no se centraba en lo que estaba viendo, sino en lo que vio en la estación de tren, en su abuelo mostrando simpatía con esas personas trajeadas que eran criticados por todos, en especial, por su abuelo.
Por otra parte, Ángel estaba sentado en la cocina, sumido en sus pensamientos, sus ojos claros miraban al vacío, como si el alma del anciano hubiera abandonado su cuerpo, el periódico del día estaba tendido sobre la mesa, en letras grandes y negras surgía del papel gris el titular del día: “Pruebas del atentado en la estación de la capital destruidas”, mientras Leo aún dormía Ángel estuvo leyendo la impactante noticia: “Los ingenieros del cuerpo de investigación han efectuado la destrucción, y su posterior reciclado, de varios fragmentos de el vagón en el que explotó la bomba, el inspector al mando alegó que esos fragmentos no tenían ningún interés en la investigación, y que no aportarían nada para atrapar a los terroristas que, hace un año, acabaron con la vida de cientos de personas, y dejaron una gran conmoción en la población. Sentimiento que se pudo ver reflejado ayer, cuando los familiares y amigos de las víctimas se reunieron en la estación para hacerles un homenaje. El presidente del gobierno y el alcalde de la capital han querido mostrar su apoyo a dichas decisiones.” En la imagen principal, salían el presidente del gobierno y el alcalde dándole la mano a una de las víctimas que había perdido a un ser querido. Ángel no se lo podía creer, él siempre había criticado a los políticos, pero nunca había llegado a pensar que eran capaces de tanto, después de ir a un evento al que solo asistían almas destrozadas y recuerdos dolorosos, después de presenciar tanto dolor, acababan de destruir posibles pistas que los llevaran hacia esos asesinos.
-         Hijos de puta... -Se le escapo con una voz rabiosa entre dientes.
Ayer estuvo hablando con ellos, fingiendo simpatía, no sabía ni siquiera porqué, ¿Cordialidad? ¿Respeto? ¿Miedo? Sólo conseguía recordar que había sido amable con la gente que más odiaba, no entendía nada, se le entrecruzaban recuerdos, fue un día muy turbulento. Consiguió salir de su profunda meditación y fue directo al grifo, para beber un vaso de agua, y despejarse. “Será mejor que vaya a comprar algo para hacer la comida” pensó. Tomó rumbo hacia su habitación, la mente se le había quedado en blanco, no conseguía pensar en nada concreto.
Se puso una camisa blanca, y unos pantalones vaqueros bastante viejos, cogió un poco de dinero, se lo metió en la cartera, y se la guardó. Fue hacia el salón, allí se encontraba Leo, viendo en la televisión un canal de dibujos animados, el salón era bastante amplio, pegado a la pared, estaba un sofá de color azul oscuro, sobre el que Leo descansaba, enfrente, una mesilla del café con unas patas doradas y un tablero de cristal, encima había unas revistas y cómics, la mesilla reposaba sobre una alfombra de lana blanca, pegado a la otra pared, un gran mueble de madera blanca, en la parte derecha, tenía un armario con puertas de cristal que mostraba una gran cubertería, a la izquierda, una estantería con grandes enciclopedias, diccionarios, y novelas, en el centro, una televisión de bastante tamaño, no muy vieja, la habitación estaba iluminada por la luz que entraba por una puerta de cristal que daba al jardín y una gran ventana, con una persiana que cerraban por la noche. Ángel miró a Leo y dijo:
-         Leo, me voy a comprar, no tardaré.
-         De acuerdo abuelo.
Salió por la puerta, en la calle no hacía ni mucho frío ni mucho calor, empezó a andar. Llegó hasta la avenida principal, que estaba en una cuesta, miró a la izquierda y vio el ayuntamiento, un gran edificio rojo con repisas blancas y un balcón desde el que se podía ver toda la plaza que había en frente. A la derecha estaba el mercado, puso rumbo hacia él.
Cuando estaba a punto de entrar en la enorme multitud que había en el mercado, vio a un niño salir entre la gente, era un niño de pelo oscuro como el carbón, piel algo pálida y ojos marrones. Este niño de 11 años se llamaba Alberto, Ángel lo conocía bien, era el mejor amigo de su nieto.
-         Hola Alberto, ¿Qué tal?- Saludó el anciano con una sonrisa.
-         Bien señor. ¿Está Leo en casa?
-         Sí, allí está. ¿Tan pronto habéis quedado hoy?
-         No señor, pero mi madre me ha dicho que le pregunte si quiere venir a comer. ¿Usted le deja?
-         Por supuesto que sí, ve a casa estará viendo la televisión.
-         De acuerdo, muchas gracias. Que le vaya bien. Adiós.
Ángel contempló como Alberto se perdía en la esquina, siempre había sido un chico muy educado, siempre trataba a los adultos tratándolos de “usted”, algo que ya no era muy habitual, ese chico siempre había estado con Leo desde la guardería. Después del atentado, ayudó mucho a Leo, algo que tenía mucho merito, teniendo en cuenta su edad, sus padres conocían a los de Leo desde hacía muchos años. En el velatorio, la madre de Alberto era una de las personas que más lloraba, se llamaba Sofía. Era una mujer de ojos marrones y pelo cada vez más blanco, conocía a Antonio y Mónica desde la universidad, había estudiado derecho con Antonio, eran buenos amigos. Un día, Antonio le invitó a ir con un grupo de amigos, allí conoció a Mónica, y a su actual marido y padre de Alberto. Rafael era un hombre con un pelo negro intenso y ojos azules y brillantes, como dos gotas de agua, cuando Sofía vino al grupo él se enamoró perdidamente de ella, y ella se enamoró de él, pero ambos eran muy tímidos y tardaron un año en declararse. Pero a partir de ahí, todo fue bien, se casaron, y poco después tuvieron a Alberto. Siempre quedaban con Antonio y Mónica, mientras Leo y Alberto jugaban, ellos hablaban de cosas como el trabajo, los amigos, o simplemente de cualquier tema que saliera en las noticias. Hasta que una trágica mañana, acabó todo.
Un hombre de unos veinte años chocó contra Ángel con bastante fuerza.
-         ¡Eh! Tenga más cuidado abuelo.
Ángel se le quedó mirando sereno a los ojos, el hombre, le sostuvo la mirada unos segundos, y la apartó, soltó un murmuro entre dientes “Que gente”.
Ángel se había dado cuenta de que se había puesto a rememorar el pasado en medio de la calle, “Estaba soñando despierto” pensó. Ese hombre en cierto modo le había salvado de entrar en un trance de más malos recuerdos, “Debo darme prisa” recobró el rumbo hacia los puestos del mercado, dispuesto a no pensar en aquello durante una temporada, desde ayer, todo estaba empezando a recordarles a ellos, a su hijo y a su nuera, a los últimos vestigios de su vida. Miró al frente y se perdió entre la multitud.