domingo, 25 de marzo de 2012

¡Y aquí va el tercer capítulo de: La Cadena de Plata!

La verdad es que ha sido una semana muy poco productiva por mi parte. El bloqueo nunca es bueno y además el capítulo de hoy no es muy largo. ¡De todos modos, espero que os guste!

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3
Alberto corría hacia casa de Leo, hoy su madre le había dejado invitarle a comer, él a veces comía en casa de Leo pero raras veces era al contrario. A la madre de Alberto, Sofía, no le gustaba tener visitas en casa, aunque a veces le dejaba invitar a Leo, ya que le tenía mucho cariño, y más desde lo sucedido. Siempre le gustaba verlo, ya fuera por la calle o en el colegio cuando iba a recoger a Alberto, pero aun así le traía muchos recuerdos.
Alberto llegó a casa de Leo y tocó el timbre de la entrada, la casa sólo tenía un piso, la fachada era blanca, y tenía una ventana a cada lado de la puerta. Desde dentro se oyeron unos pasos y poco después la voz de Leo por detrás de la puerta.
-         ¿Quién es?
-         Leo, soy Alberto, mi madre te deja venir a casa a comer. ¿Quieres venir?
-         ¡Sí! - Contestó con mucha alegría- Espera que me vista, pasa.
La puerta se abrió, y dio paso a un pasillo del que salían dos puertas a cada lado, y que acababa en el iluminado salón.
-         Vamos Alberto, pasa al salón enseguida estoy vestido- dijo Leo
-         De acuerdo.
Leo se metió en la segunda puerta de la izquierda, Alberto, continuó hasta el final del pasillo, y entró al salón, la luz que entraba desde el jardín dejaba ver todo con claridad, se limitó a sentarse y ver la televisión que Leo se había dejado encendida.
Mientras tanto, Leo se había metido en su habitación, miró en su armario, y cogió las primeras prendas que vio. Se puso una camiseta roja y unos pantalones de chándal negros, al ser aún primavera, Leo prefería taparse las piernas cuando refrescaba. Salió de su habitación, y fue al encuentro con Alberto.
-         ¿Salimos ya? -Pregunto Leo.
-         De acuerdo, pero aún quedan mucho tiempo para que sea la hora de comer, ¿Qué hacemos hasta entonces?
-         ¿Vamos al parque?
-         De acuerdo, coge una pelota.
Leo volvió a su habitación y cogió una pelota de fútbol que tenía en la estantería, al parque al que iban, tenía una pista de fútbol y otra de baloncesto. La más buscada siempre era la de fútbol, casi nadie jugaba en la pista de baloncesto. Cuando Leo y Alberto iban al parque, buscaban al resto de sus amigos, en caso de que no estuvieran, jugaban a baloncesto en una de las canastas.
Alberto y Leo salieron a la calle, y llegaron a la avenida principal, pero esta vez en vez de girar a la derecha como Ángel, giraron a la izquierda, hacia el ayuntamiento. Llegaron a la plaza, era un recinto cuadrado con un jardín mediano a cada esquina que acababa en el centro de los laterales de la calle para dejar unos caminos que se cruzaban en el centro, donde había una gran fuente con varias esculturas de peces y musas de las cuales brotaba agua, alrededor había unos bancos donde solía sentarse gente mayor para hablar. Delante de la plaza, se levantaba la gran estructura del ayuntamiento, en el balcón de la gran estructura roja, ondeaban tres banderas, a la izquierda la bandera de la comunidad, a la derecha la del pueblo, y en el centro la del país.
La plaza partía la avenida en dos calles que se perdían paralelas al ayuntamiento, Leo y Alberto fueron por la calle de la derecha, giraron la primera esquina y continuaron recto unas cuantas calles más, poco después llegaron al parque, era una inmensa zona de donde surgía una selva de pinos rodeada por una valla negra, se accedía por una gran puerta en el centro de la calle, entraron y recorrieron en camino principal, del que brotaban varios caminos, hasta que llegaron a las pistas, allí no encontraron al resto de su grupo, así que decidieron que jugarían a baloncesto, les gustaba jugar al veintiuno, era fácil aunque siempre se aburrían un poco.
-         ¿Qué tal ayer?- pregunto Alberto.
-         Fue algo raro, cuando estaba en el autobús me dormí, y cuando me desperté estaba llorando, no sé en qué estaría soñando.
-         Crees que... Bueno, déjalo.
-         ¿Qué ibas a decir?
-         Nada, nada... Vamos tira, que quiero ganarte de una vez.
Los dos sonrieron, y continuaron jugando. Alberto pensó que hizo lo correcto, estuvo a punto de preguntarle si el sueño hubiera tenido algo que ver con el día en que sus padres murieron. Alberto siempre había sido un chico muy maduro, era una de las cosas que tenía en común con Leo, fue el mejor apoyo que tenía Leo después del trágico suceso. “Menos mal que he cerrado el pico” pensó. ¿Cómo dos niños de once años podían ser tan razonables? ¿Cómo era posible que esas dos criaturas fueran tan consientes de todo aquello que les rodeaba? Todo era un misterio.
La pelota se coló en el aro después de un lanzamiento de Leo.
-         Veinte a veinte, quien meta, gana.
Leo lanzó desde el tiro libre, rebotó en el tablero de la canasta, y aterrizó en las manos de Alberto, quien se disponía a rematar la partida. Lanzó la pelota, vaciló en el aire y empezó a descender hacia el centro de la canasta, dándole el punto de la victoria a Alberto. La pelota volvió de un bote a las manos del chico, Alberto se giró y miró a Leo:
-         Bueno, pues ya está ¿Qué hacemos ahora? - Preguntó con aires de indiferencia.
Leo le miró con fingido recelo y dijo:
-         Sólo ha sido suerte.
-         Eso es lo que tú querrías. Por cierto, mi premio por la victoria es esta pelota.
-         ¡Eh! ¡De eso ni hablar!
Leo empezó a correr detrás de Alberto, dieron vueltas por el parque un buen rato, corrían desde las pistas hasta los columpios, de allí a los paseos, interrumpiendo a parejas, asustaron a algunas mascotas y perturbaron los pensamientos de aquellos que querían sumirse en ellos, pero nadie se enfadaba, sólo miraban como dos inocentes criaturas se perdían en las curvas del camino. Volvieron a los campos de fútbol y baloncesto, los cruzaron y Alberto tropezó con una piedra, cayendo en una zona de césped que había al lado de las pistas, la pelota voló y Leo la atrapó en el aire, la inercia de la carrera también le hizo caer. Ambos se miraron, sin mediar palabra, y se echaron a reír. Hay estaban, dos inocentes pero maduros niños, riendo sin que nada les importase, un verdadero sueño terrenal.

domingo, 18 de marzo de 2012

Segundo Capítulo de "La Cadena de Plata"

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2
Leo despertó, de repente se encontraba en su cama, en su habitación. Su habitación era de tamaño medio, justo para una cama, un armario, una estantería y un escritorio, con un ordenador que ya se estaba quedando desfasado. Sí, tenía una buena habitación. Su abuelo no tenía deudas, y la pensión que recibía era suficiente para mantener a los dos, y, ahorrando un poco, para algún capricho, como era ese ordenador. En una pared tenía una foto enmarcada de sus padres, se quedó contemplándola un instante, trataba de acordarse de que había soñado, como todas las mañanas, lo veía claro por un momento y después se desvanecía. Además la experiencia del día anterior le ocupaba la cabeza, su abuelo fingiendo simpatía con aquellas personas a las que más odiaba.
-         Leo, ven a desayunar. - gritó Ángel desde la cocina.
Leo bajó de la cama, y fue rumbo a la cocina, iba por el pasillo, estaba oscuro, ya que ninguna ventana daba a él, solo entraba un poco de luz desde el cristal traslucido de la puerta de la entrada, caminaba con cuidado de no tropezarse con nada, llegó a la cocina y se sentó en la mesa, allí la luz de la mañana llenaba la estancia, su abuelo le había puesto un vaso de leche con chocolate en polvo y unas galletas en la mesa, era sábado, no tenía colegio, así que tenía pensado quedarse en pijama toda la mañana, al principio pensó en intentar acordarse de lo que había soñado pero se reafirmó enseguida ya que sabía que no iba a servir de nada. Miró a su abuelo, mostraba un rostro sereno, siempre ponía esa cara cuando meditaba mucho alguna cosa, pero era una expresión que no reflejaba ningún sentimiento, sus ojos miraban al vacío, su rostro estaba firme, y tenía una mano frotándose la barbilla, Leo nunca había sido capaz de saber en qué pensaba su abuelo cada vez que ponía esa cara.
Cuando acabó de desayunar, se limitó a sonreír a Ángel, que dirigió su mirada hacia él y le devolvió la sonrisa, y dijo:
-         He terminado, voy al salón.
-         De acuerdo.- Asintió Ángel.
Cuando llegó al salón, levantó la persiana de la ventana, y bañó de luz toda la estancia y el pasillo. Pasó toda la mañana delante de la televisión, pero no se centraba en lo que estaba viendo, sino en lo que vio en la estación de tren, en su abuelo mostrando simpatía con esas personas trajeadas que eran criticados por todos, en especial, por su abuelo.
Por otra parte, Ángel estaba sentado en la cocina, sumido en sus pensamientos, sus ojos claros miraban al vacío, como si el alma del anciano hubiera abandonado su cuerpo, el periódico del día estaba tendido sobre la mesa, en letras grandes y negras surgía del papel gris el titular del día: “Pruebas del atentado en la estación de la capital destruidas”, mientras Leo aún dormía Ángel estuvo leyendo la impactante noticia: “Los ingenieros del cuerpo de investigación han efectuado la destrucción, y su posterior reciclado, de varios fragmentos de el vagón en el que explotó la bomba, el inspector al mando alegó que esos fragmentos no tenían ningún interés en la investigación, y que no aportarían nada para atrapar a los terroristas que, hace un año, acabaron con la vida de cientos de personas, y dejaron una gran conmoción en la población. Sentimiento que se pudo ver reflejado ayer, cuando los familiares y amigos de las víctimas se reunieron en la estación para hacerles un homenaje. El presidente del gobierno y el alcalde de la capital han querido mostrar su apoyo a dichas decisiones.” En la imagen principal, salían el presidente del gobierno y el alcalde dándole la mano a una de las víctimas que había perdido a un ser querido. Ángel no se lo podía creer, él siempre había criticado a los políticos, pero nunca había llegado a pensar que eran capaces de tanto, después de ir a un evento al que solo asistían almas destrozadas y recuerdos dolorosos, después de presenciar tanto dolor, acababan de destruir posibles pistas que los llevaran hacia esos asesinos.
-         Hijos de puta... -Se le escapo con una voz rabiosa entre dientes.
Ayer estuvo hablando con ellos, fingiendo simpatía, no sabía ni siquiera porqué, ¿Cordialidad? ¿Respeto? ¿Miedo? Sólo conseguía recordar que había sido amable con la gente que más odiaba, no entendía nada, se le entrecruzaban recuerdos, fue un día muy turbulento. Consiguió salir de su profunda meditación y fue directo al grifo, para beber un vaso de agua, y despejarse. “Será mejor que vaya a comprar algo para hacer la comida” pensó. Tomó rumbo hacia su habitación, la mente se le había quedado en blanco, no conseguía pensar en nada concreto.
Se puso una camisa blanca, y unos pantalones vaqueros bastante viejos, cogió un poco de dinero, se lo metió en la cartera, y se la guardó. Fue hacia el salón, allí se encontraba Leo, viendo en la televisión un canal de dibujos animados, el salón era bastante amplio, pegado a la pared, estaba un sofá de color azul oscuro, sobre el que Leo descansaba, enfrente, una mesilla del café con unas patas doradas y un tablero de cristal, encima había unas revistas y cómics, la mesilla reposaba sobre una alfombra de lana blanca, pegado a la otra pared, un gran mueble de madera blanca, en la parte derecha, tenía un armario con puertas de cristal que mostraba una gran cubertería, a la izquierda, una estantería con grandes enciclopedias, diccionarios, y novelas, en el centro, una televisión de bastante tamaño, no muy vieja, la habitación estaba iluminada por la luz que entraba por una puerta de cristal que daba al jardín y una gran ventana, con una persiana que cerraban por la noche. Ángel miró a Leo y dijo:
-         Leo, me voy a comprar, no tardaré.
-         De acuerdo abuelo.
Salió por la puerta, en la calle no hacía ni mucho frío ni mucho calor, empezó a andar. Llegó hasta la avenida principal, que estaba en una cuesta, miró a la izquierda y vio el ayuntamiento, un gran edificio rojo con repisas blancas y un balcón desde el que se podía ver toda la plaza que había en frente. A la derecha estaba el mercado, puso rumbo hacia él.
Cuando estaba a punto de entrar en la enorme multitud que había en el mercado, vio a un niño salir entre la gente, era un niño de pelo oscuro como el carbón, piel algo pálida y ojos marrones. Este niño de 11 años se llamaba Alberto, Ángel lo conocía bien, era el mejor amigo de su nieto.
-         Hola Alberto, ¿Qué tal?- Saludó el anciano con una sonrisa.
-         Bien señor. ¿Está Leo en casa?
-         Sí, allí está. ¿Tan pronto habéis quedado hoy?
-         No señor, pero mi madre me ha dicho que le pregunte si quiere venir a comer. ¿Usted le deja?
-         Por supuesto que sí, ve a casa estará viendo la televisión.
-         De acuerdo, muchas gracias. Que le vaya bien. Adiós.
Ángel contempló como Alberto se perdía en la esquina, siempre había sido un chico muy educado, siempre trataba a los adultos tratándolos de “usted”, algo que ya no era muy habitual, ese chico siempre había estado con Leo desde la guardería. Después del atentado, ayudó mucho a Leo, algo que tenía mucho merito, teniendo en cuenta su edad, sus padres conocían a los de Leo desde hacía muchos años. En el velatorio, la madre de Alberto era una de las personas que más lloraba, se llamaba Sofía. Era una mujer de ojos marrones y pelo cada vez más blanco, conocía a Antonio y Mónica desde la universidad, había estudiado derecho con Antonio, eran buenos amigos. Un día, Antonio le invitó a ir con un grupo de amigos, allí conoció a Mónica, y a su actual marido y padre de Alberto. Rafael era un hombre con un pelo negro intenso y ojos azules y brillantes, como dos gotas de agua, cuando Sofía vino al grupo él se enamoró perdidamente de ella, y ella se enamoró de él, pero ambos eran muy tímidos y tardaron un año en declararse. Pero a partir de ahí, todo fue bien, se casaron, y poco después tuvieron a Alberto. Siempre quedaban con Antonio y Mónica, mientras Leo y Alberto jugaban, ellos hablaban de cosas como el trabajo, los amigos, o simplemente de cualquier tema que saliera en las noticias. Hasta que una trágica mañana, acabó todo.
Un hombre de unos veinte años chocó contra Ángel con bastante fuerza.
-         ¡Eh! Tenga más cuidado abuelo.
Ángel se le quedó mirando sereno a los ojos, el hombre, le sostuvo la mirada unos segundos, y la apartó, soltó un murmuro entre dientes “Que gente”.
Ángel se había dado cuenta de que se había puesto a rememorar el pasado en medio de la calle, “Estaba soñando despierto” pensó. Ese hombre en cierto modo le había salvado de entrar en un trance de más malos recuerdos, “Debo darme prisa” recobró el rumbo hacia los puestos del mercado, dispuesto a no pensar en aquello durante una temporada, desde ayer, todo estaba empezando a recordarles a ellos, a su hijo y a su nuera, a los últimos vestigios de su vida. Miró al frente y se perdió entre la multitud.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Micro-relato: Adiós, Rita

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Theodore Evans


Mis lágrimas se confunden con la lluvia que me ha empapado después de quince minutos sobre ella. El entierro ha sido un momento muy duro. Nunca la volveré a ver. Parece mentira que ayer mismo la tenía entre mis brazos, como siempre. Aún siento sus besos, sus abrazos, sus dulces palabras y su tierna mirada. Aún recuerdo las caricias y su cabello deslizándose entre mis dedos. Y todo lo ha cambiado una enfermedad. La que la dejó en aquella cama de blanco pálido, mientras lloraba abrazada a mí, por miedo a lo que pudiera pasar. Yo intentaba tranquilizarla, pero era inútil. Así que decidí pasar todo el tiempo que pudiera con ella. Pero ni siquiera de ese modo pude demostrarle todo lo que la quería antes de que fuera tarde. Y ahora, en este cementerio ahogado por la lluvia y sumido en tinieblas, lamento no haber tenido un poco más de tiempo, sólo unos pocos minutos más. Se hace tarde, y el frío inunda mí cuerpo. He de irme. Adiós Rita. Adiós hija mía.

lunes, 12 de marzo de 2012

¡Más vale tarde que nunca! Primer capitulo de "La Cadena de Plata"

Sintiendo la tardanza, aquí os dejo con el primer capitulo de la historia que os iré relatando los domingos. Una advertencia, cuando leáis el capítulo encontraréis un hecho muy relacionado con la realidad, sin embargo, os pido que no lo relacionéis con la realidad, por el mismo motivo por el que no doy nombres concretos en la historia. Narro cosas que poco tiene que ver con la realidad, y por respeto a todo el mundo, es mejor que sigan siendo mera ficción, por mucho parecido que tengan con la realidad.¡Gracias y disfrutad!
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◘Viejos Recuerdos ◘
1
“Dicen que los sueños y la realidad tienen una relación que nosotros no podemos ver, pero que está ahí, y que nos puede ayudar a ver cosas que podrían cambiar el curso de nuestras vidas, pero tenemos un destino que los sueños no pueden cambiar, por lo que nunca podemos llegar a recordar un sueño.” Esto le contaba siempre su abuelo a Leo, cuando era aún muy joven.
Esas palabras que el anciano le repetía una y otra vez, despertaron en el chico una pasión por recordar lo que soñaba y por descubrir cómo le podía ayudar en la vida, pero nunca conseguía recordar nada, salvo recuerdos muy borrosos, o de contenido surrealista. Leo, aunque fuera joven sabía que había cosas en sus sueños imposibles de realizarse en la vida real, su abuelo le explicaba que los sueños no transmitían un mensaje directo, sino que lo interpretaba de manera simbólica, había que saber analizar cada detalle y buscar todos los significados posibles a las imágenes. Era prácticamente imposible hacerlo, y más para un niño, el recordar tantos detalles de algo tan opaco como era un sueño, y cuando conseguía recordar algo, nunca conseguía encontrarle significado. Su abuelo sonreía con orgullo de ver como su nieto era tan persistente en las cosas que le interesaban.
El anciano se llamaba Ángel, era un hombre de mediana estatura, algo raquítico, con un pelo gris apagado por los años, con menos arrugas de las que debería tener a su edad, en sus ojos claros, se reflejaba el anhelo de una infancia que la guerra se había llevado, y que sabía que no iba a recuperar, se veía la tristeza por no tener a su lado a su mujer, la cual se llevó el cáncer, los médicos no pudieron hacer nada, se había extendido demasiado. Y sobre todo el recuerdo de su hijo y su nuera, ocupaba un lugar en esos ojos, ellos murieron en un atentado en la estación de tren de la capital, mientras estaban de viaje de trabajo, pero entre tanta oscuridad, existía un resplandor que conseguía hacer que el cansado Ángel siguiera adelante, su nieto. Leo, era lo único que le quedaba al pobre hombre que tanto había sufrido, cuando su hijo murió junto a su nuera, Ángel no fue el único que se quedo solo, Leo también.
Con sólo 10 años Leo ya era huérfano, sin nadie más en el mundo excepto Ángel. Él era un chico de pelo castaño y ojos color miel, era muy maduro para su escasa edad, desde que murieron sus padres, Leo se desenvolvió entorno a su abuelo, al cual escuchaba con atención y aprendía todo aquello que él le enseñaba, le apasionaba investigar y entender todo aquello que podía, desde los trucos de magia más complicados, hasta los misterios más grandes de la historia e incluso los sufrimientos de la guerra que asoló el pasado de su abuelo.
Un año después de que aquella bomba explotara en el tren y causara cientos de muertos, Ángel y Leo fueron a dejar dos ramos de rosas en recuerdo a esas dos personas que perdieron, y que no podrían remplazar nunca, junto a ellos varias familias hacían lo mismo, muchos entre lagrimas y sollozos.
-         ¿Por qué tuvieron que ponerla en ese tren? ¿Porqué justamente en el que iba Raúl?
Leo y Ángel asistían impotentes a los llantos de una señora que había perdido a su hermano, querían unirse a ella para sollozar y llorar con la misma pregunta en la mente “¿Porqué justo en ese tren?” pero se mantuvieron serenos, Ángel agarraba del hombro a Leo de una manera firme, como si quisiera comunicarle que tenía que mantener la compostura, y ser fuerte ante la situación.
Leo alzó la cabeza, y vio el rostro serio Ángel, con el ceño fruncido, intentando no perder los nervios, sus ojos claros brillaban con un pequeño resplandor a causa de las lágrimas que intentaba contener.
El alcalde de la capital y el presidente del gobierno estaban presentes en la estación, mostrando sus condolencias a aquellas pobres familias que de poco les servían unas míseras palabras de ánimo provenientes de un político.
Después de un discurso de los dos mandatarios la gente empezó a retirarse, había gente que se negaba a irse, diciendo que quería morir allí para reunirse con su ser perdido.
El alcalde de la capital se acercó a Ángel para decirle lo mismo que a todos los demás:
-         Siento mucho su perdida, le acompaño en el sentimiento. - Su rostro estaba serio, pero sus ojos delataban lo que era evidente, no sentía nada de lo que decía.
-         Sólo le pido a usted y al presidente que les atrapen y que les den el castigo que merecen.- Respondió Ángel con voz cansada y lenta.
-         Téngalo usted por seguro señor, esos asesinos se arrepentirán de lo que hicieron.
-         No espero menos.- replicó Ángel.
El político lo miro con recelo.
-         ¿He notado ironía en su tono?
Ángel esbozó una sonrisa como pudo, y cambió la voz a un tono amigable.
-         ¡Para nada! No malinterprete mis palabras, yo confío en ustedes.
-         ¡Ah! De acuerdo, siento el malentendido. - Dijo satisfecho de haber oído lo que quería.
-         ¡No pasa nada, hombre! Si no le importa me voy ya, mi nieto necesita descansar y este sitio trae demasiados recuerdos.
-         Le entiendo, que le vaya bien, adiós.
-         Gracias, igualmente, adiós.
Leo estuvo presente en toda la conversación, atónito a lo que oía, su abuelo siempre había criticado a los políticos, pero ahora hablaba con uno de ellos como si nada. De repente sus pensamientos se interrumpieron con la voz de su abuelo:
-         Vamos Leo, que perdemos el último autobús que sale de la capital.
-         Sí.
En el autobús Leo recordaba el último cumpleaños que pasó con sus padres, le regalaron un colgante porta-fotos, con una foto de su padre a la izquierda y una de su madre a la derecha, por fuera estaba bañada en oro y llevaba una inscripción: “A veces los sueños se hacen realidad”. Se la dieron en medio de una fiesta muy bien organizada, todos sus amigos alrededor, globos de todos los colores, comida, juegos... La fiesta perfecta para un niño de nueve años, junto a unos padres orgullosos y felices. De todo eso ya solo quedaba esa joya, que sólo le contaba un poco más de lo que ya le contaba su abuelo, que los sueños pueden cambiar el destino.
En sus manos tenía el colgante abierto, mirando las fotos de Antonio y Mónica. Antonio era un hombre de ojos verdes y un pelo castaño con un rostro de alegría y satisfacción, era un hombre que siempre sabía responder ante las situaciones adversas y enfrenarse a los problemas, incluso la muerte de su madre, Mónica era una mujer de pelo largo y rubio y ojos marrones que reflejaban añoranza por la muerte de sus padres en un accidente de coche años atrás, cuando Leo aun no había nacido. Esas dos personas fueron las que aquella fatídica mañana decidieron subir al tren que no llegaría a salir de la estación. Las últimas palabras que le dirigieron a Leo fueron: “Volveremos en unos días cariño, te queremos”. Justamente después salieron por la puerta, y nunca volvieron.
Cuando Leo estaba en el colegio aquel día, la directora irrumpió en su clase con cara de angustia y tristeza.
-         Leo ven a mi despacho un momento por favor, y coge tus cosas.
Leo miro extrañado a su amigo Alberto, el cual era como un hermano para él, sus miradas se preguntaban cual sería la razón para sacarlo de clase de esa manera. Cuando Leo llegó al despacho, descubrió a su abuelo bañado en lágrimas. La directora con un hilo de voz dijo:
-         Esta mañana ha habido un atentado en la estación de tren de la capital... - paró un momento y suspiró, como si fuera incapaz de acabar de hablar.- Tus padres han muerto.
Leo se quedó paralizado, empezó a ponerse pálido
-         ¿Leo? - Dijo la voz de la directora
El tiempo se paró para él, no sentía ninguna parte de su cuerpo, la vista se le nubló.
-         ¡Leo! ¡Reacciona!
Su cuerpo se inclinó hacia atrás y no podía controlarlo, en ese momento se dio cuenta de que era imposible luchar, y calló desmallado.
-         ¡Leo! ¡Leo despierta! - Los gritos de Ángel despertaron a Leo, el cual se dio cuenta que estaba empapado de lágrimas.
-         ¿Qué ha pasado?- Preguntó aturdido.
-         Te has quedado dormido y te has puesto a llorar. Quizá no debería haberte llevado a la estación, vamos, ya hemos llegado a casa, vamos a bajar del autobús.
-         De acuerdo.
-         ¿Y en qué estabas soñando?
-         No me acuerdo...
-         Tranquilo Leo, es normal.

domingo, 11 de marzo de 2012

Micro-relato: La Desconocida

Bueno, estoy teniendo un par de problemillas dado que soy un poco nuevo en este mundillo, así que no voy a fallar el primer día quedándome sin publicar nada, así que os dejo con este micro-relato y voy a intentar (Como he dicho en la primera entrada) publicar hoy el primer capitulo de la historia. También añado que dejaré siempre la dirección de correo electrónico para aquel interesado en enviar algo.
historiastheodoreevans@hotmail.com
Un amistoso saludo
Theodore Evans

Como todos los días de primavera, paseaba por la playa de Finisterra mientras un amarillo y luminoso sol se despedía de un anaranjado cielo, acicalado con nubes rosadas. Caminaba descalzo, como a mi me gusta, para que mis pies sintieran el abrazo de la húmeda y fresca arena mientras la ligera brisa marina me acariciaba todo el cuerpo. Entonces la vi. Ana. Llevaba un vestido blanco. Su mirada se dirigía a la puesta de sol. Tenía facciones muy suaves y una expresión anhelante en un rostro barnizado por las lágrimas. No pude evitar fijarme en esa nueva inquilina de una playa siempre desierta en esas fechas. Al ver la gran tristeza reflejada en su bello rostro, no pude evitar acercarme.

-         - Perdona chica. ¿Te encuentras bien?

Aún sigo sin saber por qué lo hice. Ella se giró. Me puse tenso, pensaba que me iba a recriminar mi intromisión con algún tipo de reprimenda. Pero ante mi sorpresa, me sonrió.

-         - Sí, estoy bien. – Me dijo aquel rostro que intentaba emular el mar que teníamos delante. – Es que… Bueno… Hoy he perdido a mi marido. – Volvió a mirar al astro rey, ya casi desaparecido.

-          -Vaya… Lo siento… No sé qué decir, no soy bueno en estas situaciones. – Dije sentándome a su lado.

-         - No pasa nada. Aunque no lo parezca, no estoy triste. – Me miró con otra sonrisa en la cara – Era inevitable. ¿Sabes? Y él me hizo prometer que no me entristeciera.

La miré atónito.

-        - Me llamo Ana. – Dijo sacándome de mi pequeño shock.

-          Yo Martín. – Dije casi sin voz.

-        -  Siento si te deprimo con mis desgracias, Martin.

-         - He sido yo quien ha preguntado, no te preocupes. ¿Puedo preguntar que le pasó?

-        -  La vida, Martín, eso es lo que le pasó, que vivió. Ha llegado donde llegaremos todos algún día. No importa el camino que cogió. – Una pequeña risa se le escapó tímidamente de su garganta. -  ¿Sabes? Todo esto me lo enseñó él.

-        - ¿Cómo se llamaba?

-         - Germán. Mi Germán. Era muy listo, todo lo que  sé me lo enseñó él. Pero… Lo siento, aún no te he contestado a la pregunta de antes. Murió de una de esas enfermedades extrañas de las que nunca recuerdas el nombre. – Me dijo el nombre. Pero como ella misma me dijo, no lo recuerdo. – Recuerdo que al principio solo entendí las últimas palabras del doctor: “No le queda mucho tiempo.” Recuerdo que lloré y lloré. Lloré tanto que no me di cuenta que Germán no derramó una sola lágrima. Pasó el tiempo y uno de los síntomas se hizo latente. Perdió mucha movilidad. Durante ese tiempo la pena nos había distanciado. Hasta que un día se hartó y me dijo: “La solución no es esa, Ana. Hay que luchar.” Y acto seguido, apartó las sabanas de la cama, y con ayuda de sus manos intentó ponerse de pie. Recuerdo que me asusté mucho. Le supliqué que parara, pero no estuvo contento hasta no plantarse y llegar a trompicones hasta mí. Y me dijo “Hay que luchar, Ana, siempre hay que luchar.” Le abracé mientras lloraba. Pero ese pequeño incidente cambió mi forma de ver las cosas. Dejé de llorar y viví hasta el último minuto que me quedaba junto a él. Empezó a mostrarme el mundo desde su punto de vista, desde el punto de vista que había adquirido tras tener cara a cara a la muerte. Cuando sabíamos que se acercaba el momento me dijo: “Ana, cuando muera, derrama todas las lágrimas que sean necesarias, pero nunca sientas tristeza. Sé que te pido algo muy difícil, por no decirte un imposible. Pero eres fuerte, cariño. Todos lo somos, aunque las fuerzas nos falten en algún momento.” Dos días después murió. Acabo de venir de su funeral. Como le prometí, derramé todas las lágrimas que tenía que derramar, ni una más, ni una menos. Decidí vestirme de blanco porque Germán decía siempre que estaba muy guapa vestida de blanco. Y estoy aquí porque le encantaba esta playa y su puesta de sol. Veníamos juntos. Llámame loca, pero esta brisa me hace sentir que Germán está aquí, abrazándome y acariciándome como le gustaba hacer.

Me sorprendí a mi mismo llorando, con el corazón oprimido y un gran sentimiento de pena en mi interior.

-         - Como he dicho antes, siento deprimirte con mis desgracias. – Dijo con cara preocupada.

-          - Como he dicho antes, he sido yo quien ha preguntado. – Dije secándome las lágrimas.

Nos despedimos, puesto que el sol hacía un rato que se había escondido detrás del mar. Ese fue el día que una desconocida me enseñó el poder que las personas tenemos para afrontar todo tipo de problemas, el espíritu de lucha que nuestra alma, hasta en los momentos en los que mas abatida se encuentra, puede extraer de la nada. No he vuelto a saber de ella. Aunque a veces veo una figura blanca en un extremo de la playa, mirando al horizonte, despidiéndose del sol, la cual desaparece antes de que pueda alcanzarla. Pero sé que algún día conseguiré alcanzarla. Me lo recuerda Germán hablando a través de la voz de Ana, repitiéndose en mi mente. Hay que luchar. Siempre, hay que luchar.

sábado, 10 de marzo de 2012

¡Primer micro-relato: Por mi libertad!

Bueno, esta entrada está prácticamente creada a modo de prueba (Zona horaria de mi cuenta, diseño de la página...) y de explicación de algunas cosillas. Este párrafo en cursiva lo emplearé para hacer anotaciones a los micro-relatos para abrirlos. Las emplearé sobretodo para comentar micro-relatos que publique de otros autores o alguna anotación que quiera hacer a los míos propios. Ya os dejo con el micro-relato.
Un saludo amistoso
Theodore Evans
Por mi libertad luché. Por mi libertad maté. Por mi libertad estoy aquí, tendido en el asfalto de la calle. Lo que antes era mi ciudad, ahora es un cúmulo de escombros que se amontonan, formando una estampa de desolación. Sólo veo el polvo, las rocas y el hierro. Intento ponerme derecho para ver más. Pero la bala que me ha atravesado el vientre ha clavado su resquebrajada cabeza en mi columna, y me aprieta. Me vuelvo a tumbar. Mientras mi mano presiona la herida, la sangre la recorre con un caliente abrazo, y desciende por mis costados formando un charco espeso. Por tu libertad, madre. Por la tuya, padre. Y por la vuestra hermanos. Por vuestra libertad decidí salir a la batalla junto a otros como yo. Recuerdo como os alejabais en aquel camión, que os apartaba del horror que, en breve, se iba a desatar, y que me ha dejado aquí tirado. Me gustaría que supierais que estoy pensando en vosotros. Pero sobretodo, me gustaría que algún día podáis decir: “África es libre”.

Saludos, bienvenidos y... ¡Comenzamos!

Las palabras hacen frases; las frases, párrafos; los párrafos, páginas; y las páginas historias. Historias que pueden hacernos reír, llorar, y generar en nosotros esa copiosa cantidad de sentimientos tan básicos y comunes que tenemos en nosotros mismos a todas horas. Pero también puede zambullirnos en otro universo, acelerar el tiempo o demorarlo, cambiar los espacios y las imágenes... El poder que tienen los autores para crear en nosotros todas esas sensaciones únicas es alcanzable para todos. Yo soy uno de tantos autores que quiere mostrar sus historias, y como convierte las palabras en historias, y las historias en sentimientos.
En este blog, colgaré cada DOMINGO un capitulo de una obra que trabajaré en el blog. El resto de la semana, subiré micro-relatos propios o de usuarios registrados y que me sigan que quieran publicar y mostrar sus historias al igual que yo. Para aquellos interesados, que envíen sus historias, junto con el nombre del usuario a la siguiente dirección: historiastheodoreevans@hotmail.com

Tanto para aquellos que se dedicarán a la lectura como para aquellos que también escribirán, recordad que el objetivo principal de este blog es que la gente disfrute leyendo y, sobre todo, dar vida a las palabras.
Bienvenidos y comenzamos.
Un amistoso saludo
Theodore Evans