domingo, 1 de abril de 2012

La Cadena de Plata: Cuarto capítulo

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El sol empezaba a ponerse alto, Leo y Alberto salieron del parque y empezaron a caminar hacia casa de Alberto, volvieron por donde habían venido, llegaron al ayuntamiento y bajaron la avenida hasta el mercado, allí se adentraron en él. El mercado consistía en una serie de tenderetes que los pequeños comerciantes ponían en la calle, los fines de semana, en una zona reservada de la avenida donde se desviaba el tráfico. Siempre acudía mucha gente, y se podían encontrar artículos de imitación y segunda mano, los precios atraían a la multitud, y generaba un bullicio espantoso. Llegaron a un puesto donde había una señora vendiendo amuletos, se trataban de todo tipo de cachivaches, los cuales, aseguraba ella, daban buena suerte en amor, dinero... la gente sabía que ese tipo de historias era pura verborrea, pero aun así a veces alguien compraba algo como adorno. Al lado del pequeño puesto, nacía una calle liberada de tenderetes, se adentraron en ella y caminaron hasta la quinta calle. Se pararon en el número 16, era una casa de dos pisos, con una fachada azul y con los bordes de puertas y ventanas blancos, era una casa algo vieja ya que se encontraba cerca del centro de la ciudad. Alberto llamó al timbre y alguien descolgó el portero automático.
-         ¿Quién?
Leo reconoció la voz de Sofía.
-         Mama, somos nosotros, abre. - Dijo Alberto con una gran alegría juvenil.
Tras un ruido electrónico del timbre, la puerta se abrió y pasaron a un pequeño vestíbulo con una puerta que conducía al garaje y unas escaleras pegadas a la pared que subían hasta la puerta de entrada, subieron y entraron a un pasillo paralelo a la puerta. A la izquierda se encontraba una puerta con un cristal semitransparente que daba a la terraza, al otro lado, el pasillo se extendía con varias puertas a los lados, y una al final del pasillo que daba a la habitación de los padres de Alberto. Al fondo del pasillo a la derecha de la puerta del dormitorio, se encontraba la cocina y el comedor. La cocina era algo pequeña y alargada, la nevera, plateada y brillante, aparecía justo delante de la puerta, los fogones de gas quedaban un poco más a la izquierda, tras dos armarios bajos cubiertos de encimera. Pegada a la pared en la que se encontraba la puerta, se encontraba una pequeña mesa con un frutero y un poco desordenada, debido al ajetreo de la cocina. A la derecha, la pequeña cocina se ensanchaba hasta convertirse en un gran comedor, con una mesa en el centro, en la que había seis sillas, cuatro a los lados y una en cada lado estrecho de la mesa. En paralelo a la mesa, una gran televisión sobre un mueble de madera, con unos pequeños cajones en la parte inferior donde guardaban papeles y documentos que estaban en desuso, y justo al lado, una estantería que se ensanchaba desde el mueble de la televisión hasta la pared, repleta de libros.
Alberto y Leo llegaron al comedor, cuando pasaron por la cocina, la madre de Alberto estaba acabando de preparar la comida. Al ver a Leo, sus dos ojos marrones se iluminaron de felicidad y una gran sonrisa se dibujó en su rostro.
-        ¡Hola Leo! - Hablaba con una alegría propia de quien no ve a un ser querido en mucho tiempo.- La comida esta casi preparada, sentaos en la mesa.
Ya en el comedor, Rafael estaba sentado leyendo el periódico, con una expresión de seriedad en la cara .Alzó la vista un momento y miró a Leo, sonrió de forma muy paternal.
-         Hola Leo, ¿Qué tal está tu abuelo? – Preguntó mientras cerraba el periódico y lo guardaba disimuladamente.
-         Bien Rafa, tiene ganas de veros.
-         Bueno, pues dile que cuando quiera tomar café, que me llame.
Desde el atentado, Ángel y Rafael solían tomar café junto. Al principio hablaban de recuerdos que vivieron juntos con Mónica o con Antonio, después, cuando el olvido ocupaba sus mentes, hablaban de cosas más cotidianas, de Leo, de Alberto… Pero siempre acababan contando alguna anécdota relacionada con ellos. Rafael y Antonio se conocían desde la infancia, empezaron a ser amigos cuando estaban acabando la educación secundaria, cuando llegaron a la universidad, ya eran inseparables. Antonio se convirtió en la conciencia de Rafael, y este en la suya, pero Rafael siempre reconoció, que quien más consejos daba era Antonio. Él era más alocado, y Antonio más tranquilo, cuando se conocieron, ambos aprendieron el uno del otro. Aún así, había algo que Antonio no podía conseguir que Rafael dejara: el tabaco.
Desde joven, Rafael fumaba y no había pensado en dejárselo. Pidiese quien se lo pidiese, él no iba a dejar de hacerlo. Lo consideraba parte de sí mismo, si dejaba de fumar, perdía parte de su esencia. Pero Antonio se propuso ser diferente, y conseguir lo que, ni siquiera Sofía había conseguido.
-        Rafa, ¿Por qué no te dejas ya esa mierda?
-        Joder Toni, ¿Ya empezamos?
-        Lo único que vas a conseguir con eso es provocarte un cáncer. Enserio, te haces un favor dejándotelo, y a Sofi también, está preocupada.
-        Vamos tío. ¿Un cáncer? ¡Menuda tontería!
-        A mí no me lo parece, mi madre murió de uno, ¿Recuerdas? ¿Y sabes que es lo peor? Que cuando alguien muere, quien sufre son los supervivientes, piensa en Sofi, piensa en mí, en tu familia. – El tono de Antonio cambiaba poco a poco a un tono de enfado
-        Toni, - Empezó a explicar en voz tranquila. - ya hemos discutido otras veces de esto, no quiero que esto desemboque en más. No desprecio lo que le pasó a tu madre, ni opino que el cáncer sea una tontería, fui el primero que te apoyó en eso y lo sabes.
-        ¿Y si Sofi y tú decidís tener niños?
-        Entonces no fumaré delante de ella, ni del bebé cuando nazca.
-        Sabes que no me daré por vencido ¿Verdad?
-        Descuida, lo sé.
Era una discusión muy típica entre ambos amigos. Rafael mantuvo su promesa, cuando Sofía se quedó embarazada, él no fumó delante de ella, buscaba un lugar apartado y ventilado, pero siempre con la seguridad de que si Sofía necesitaba algo, Rafael podría estar ahí para atenderla. Añadió el gesto de hacer lo mismo con el embarazo de Mónica. Cuando Alberto nació, la rutina para Rafael ya era fumar en la terraza. Pero aún así, Antonio también mantuvo la suya, e insistió en que Rafael tenía que dejar el tabaco. Y lo conseguiría.
Una mañana, Rafael decidió hacer algo que no hacía desde hacía diez años, se iba a fumar un cigarrillo dentro de casa. Sofía estaba trabajando, y Alberto estaba en el colegio, no perjudicaba a nadie. Sacó la cajetilla de tabaco, cogió un cigarrillo, se lo encendió y se sentó en una silla del comedor. Mientras estaba sumido en sus pensamientos, oyó como la puerta de casa se abría, y unos pasos torpes y desesperados se acercaban hacia el comedor. De la puerta del pasillo, surgió Sofía, gimiendo y llorando, sin apenas poder sostenerse en pie. Sofía se abrazó a Rafael, el cual, aturdido, la abrazó, intentando que se calmara, pero no lo hacía.
-         ¡Tranquila Sofi! Vamos cariño, ya esta… - Sofía se tranquilizó, pero no dejó de llorar. – Vamos… Cuéntame que ha pasado.
-         La capital… una bomba… - Sofía no podía hablar con normalidad, le faltaba el aire, pero consiguió transmitirle el mensaje a Rafael. – Antonio y Mónica han muerto… - Y no puedo articular más, sólo, lloró.
La noticia atropelló a Rafael de tal manera, que se quedó en shock, delante de él solo aparecía Antonio pidiéndole que dejara de fumar, que eso le mataría. Revivió una a una todas las discusiones que había tenido con él sobre el tema. Y entonces miró el cigarrillo, consumiéndose, ajeno a todo lo que estaba ocurriendo. Cogió el cenicero, y lo apagó, y entonces, Antonio consiguió lo que había andando buscando desde hace años. Rafael no volvió a probar un cigarrillo, nunca se vio tentado a reengancharse, simplemente, no pudo.
En el velatorio, Sofía lloraba sin consuelo abrazada a Rafael, mientras que él sólo podía mirar a su alrededor y contemplar todo el dolor que se reunía en el tanatorio. El tanatorio era una estructura circular de piedra gris y con techo de cristal. En la pared curva había unos bancos empotrados contra la pared para que la gente se sentara y algunas puertas que conducían a habitaciones que, desde el exterior, rompían la forma circular de la estructura, entre ellas las de los lavabos, un almacén, y una capilla bastante amplia. En el centro del tanatorio estaban los ataúdes de Antonio y Mónica, y la gente se colocó en fila para darles el último adiós a los difuntos. Rafael se puso detrás de Sofía, ambos con un ramo de flores, la fila pasaba primero por el ataúd de Antonio donde un guardia de seguridad controlaba a la gente, dejó entrar a Ángel, que era la primera persona de la cola, y cuando acabó de darle el último adiós a su hijo, siguió recto hacia el ataúd de Mónica, en ese momento, el guardia dejó pasar al segundo de la cola, Leo, y así sucesivamente en toda la cola. Sofía pasó al ataúd de Antonio y el guardia bloqueó el paso. Rafael vio como Sofía le hablaba en voz baja al ataúd, mientras agarraba el ramo con las dos manos, cuando acabó, se secó las lágrimas, y se dirigió al ataúd de Mónica. El guardia se apartó y dejó paso a Rafael, que se dirigió con paso firme al ataúd de su mejor amigo. Se paró, se agachó y dejó el ramo de flores junto a otras ofrendas de otros allegados a la familia. Puso la mano encima del ataúd cerrado, donde estaría el pecho, y su cabeza habló por él:
-        Esto no debería de ser así Toni, el imprudente en esta vida he sido yo. Tú tendrías que haberme enterrado a mí, y nunca al contrario. Recuerdo las cosas que me desaconsejabas que hiciera, y las que yo te aconsejaba hacer, como cuando probaste tu primer trago, y tú, al mismo tiempo, me enseñaste a no beber tanto. Supongo que nuestra amistad se basaba en todo lo que aprendíamos el uno del otro. - Se sonrió a sí mismo. - Nos complementábamos... - Volvió a ponerse serio, y se rebuscó en el bolsillo. - Eras un cabezota, si te proponías algo, lo tenías que conseguir costara lo que costara. Así que enhorabuena, lo has vuelto a conseguir, pero no sé si el precio que hemos pagado todos es el justo. - Sacó su último paquete de tabaco del bolsillo, y lo dejó junto a las flores. – Adiós amigo…
Echó un último vistazo a la foto de Antonio que había encima del ataúd y se dirigió al ataúd de Mónica.
Rafael conoció a Mónica cuando empezó a ser amigo de Antonio, no tenía mucha confianza con ella, pero ella quiso acercarse a él para ayudar a que la relación entre Sofía y él prosperara, aún así, Rafael se mostró reacio a toda confianza con ella. Pero cuando empezó su relación con Sofía cogió algo de confianza, y con el tiempo la amistad fue creciendo. Compartían muchas ideas, y se reían mucho juntos, cuando ella y Sofía estaban juntas en casa, Rafael les preparaba para cenar el plato favorito de Mónica.
Rafael miró el ataúd con la foto de Mónica encima, bajo, más ofrendas a los difuntos, entre ellos, el ramo que llevaba Sofía. Volvió a alzar la vista y su cabeza empezó a maquinar otra vez.
-        Moni… ¿Qué puedo decirte a ti? Debería haber pasado más tiempo contigo… Al fin y al cabo, tuve oportunidad, ya que tú fuiste quien me hablaba todo el rato de Sofía, quien me decía que me declarara ya. Y gracias a que tú hiciste eso ahora tengo una esposa guapísima y un hijo maravilloso. Todo lo que hiciste por mí no te lo hubiera devuelto en toda la vida… Y no sólo tú, también Antonio. Habéis sido mis hermanos, toda mi familia… Gracias…
Rafael se retiró mientras una lágrima le caía por el rostro, observó el tanatorio y encontró a Sofía en uno de los bancos, mirando al suelo y empapándolo de lágrima. Se sentó a su lado y la rodeó con sus brazos, miró al techo acristalado que permitía ver el cielo nublado, bajó la vista y vio en otro de los bancos a Leo y Alberto, mirando al vacío, serios y sin mediar palabra. Volvió a mirar a Sofía, esta, había alzado la vista y se le había quedado mirando un momento, y al instante, acerco sus labios a los de Rafael y le dio un beso con mezcla de amor y una gran pena.
Rafael escapó de sus recuerdos, y se percató de que tenía la comida en la mesa, ya estaban todos comiendo. Sofía había preparado solomillo con patatas hervidas, cogió el tenedor y el cuchillo y empezó a comer, se dio cuenta de que la televisión estaba encendida en el canal de las noticias y el presentador se disponía a dar la siguiente noticia.
-        Ayer se cumplió un año del fatídico atentado que sacudió nuestro país, cuando un grupo terrorista decidió colocar una bomba en la estación. – Mientras el presentador hablaba Rafael miró a Sofía interrogante, y esta le hizo una señal de aprobación. – Ayer, se celebro un acto… - La voz del presentador se apago junto al televisor.
-        Es hora de comer, nada de televisión. – Dijo Sofía.
Alberto y Leo estaban hablando por lo que no se percataron de la noticia, ni de porqué Rafael y Sofía se habían alterado tanto, simplemente asintieron con la cabeza y continuaron comiendo, ajenos a los nervios de los adultos. Rafael intentó volver a la estructura con techo acristalado, a ese momento en el que Sofía le dio ese beso con sabor agridulce, pero no pudo, se había bloqueado por completo. “Necesito descansar…” pensó.

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