domingo, 18 de marzo de 2012

Segundo Capítulo de "La Cadena de Plata"

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Leo despertó, de repente se encontraba en su cama, en su habitación. Su habitación era de tamaño medio, justo para una cama, un armario, una estantería y un escritorio, con un ordenador que ya se estaba quedando desfasado. Sí, tenía una buena habitación. Su abuelo no tenía deudas, y la pensión que recibía era suficiente para mantener a los dos, y, ahorrando un poco, para algún capricho, como era ese ordenador. En una pared tenía una foto enmarcada de sus padres, se quedó contemplándola un instante, trataba de acordarse de que había soñado, como todas las mañanas, lo veía claro por un momento y después se desvanecía. Además la experiencia del día anterior le ocupaba la cabeza, su abuelo fingiendo simpatía con aquellas personas a las que más odiaba.
-         Leo, ven a desayunar. - gritó Ángel desde la cocina.
Leo bajó de la cama, y fue rumbo a la cocina, iba por el pasillo, estaba oscuro, ya que ninguna ventana daba a él, solo entraba un poco de luz desde el cristal traslucido de la puerta de la entrada, caminaba con cuidado de no tropezarse con nada, llegó a la cocina y se sentó en la mesa, allí la luz de la mañana llenaba la estancia, su abuelo le había puesto un vaso de leche con chocolate en polvo y unas galletas en la mesa, era sábado, no tenía colegio, así que tenía pensado quedarse en pijama toda la mañana, al principio pensó en intentar acordarse de lo que había soñado pero se reafirmó enseguida ya que sabía que no iba a servir de nada. Miró a su abuelo, mostraba un rostro sereno, siempre ponía esa cara cuando meditaba mucho alguna cosa, pero era una expresión que no reflejaba ningún sentimiento, sus ojos miraban al vacío, su rostro estaba firme, y tenía una mano frotándose la barbilla, Leo nunca había sido capaz de saber en qué pensaba su abuelo cada vez que ponía esa cara.
Cuando acabó de desayunar, se limitó a sonreír a Ángel, que dirigió su mirada hacia él y le devolvió la sonrisa, y dijo:
-         He terminado, voy al salón.
-         De acuerdo.- Asintió Ángel.
Cuando llegó al salón, levantó la persiana de la ventana, y bañó de luz toda la estancia y el pasillo. Pasó toda la mañana delante de la televisión, pero no se centraba en lo que estaba viendo, sino en lo que vio en la estación de tren, en su abuelo mostrando simpatía con esas personas trajeadas que eran criticados por todos, en especial, por su abuelo.
Por otra parte, Ángel estaba sentado en la cocina, sumido en sus pensamientos, sus ojos claros miraban al vacío, como si el alma del anciano hubiera abandonado su cuerpo, el periódico del día estaba tendido sobre la mesa, en letras grandes y negras surgía del papel gris el titular del día: “Pruebas del atentado en la estación de la capital destruidas”, mientras Leo aún dormía Ángel estuvo leyendo la impactante noticia: “Los ingenieros del cuerpo de investigación han efectuado la destrucción, y su posterior reciclado, de varios fragmentos de el vagón en el que explotó la bomba, el inspector al mando alegó que esos fragmentos no tenían ningún interés en la investigación, y que no aportarían nada para atrapar a los terroristas que, hace un año, acabaron con la vida de cientos de personas, y dejaron una gran conmoción en la población. Sentimiento que se pudo ver reflejado ayer, cuando los familiares y amigos de las víctimas se reunieron en la estación para hacerles un homenaje. El presidente del gobierno y el alcalde de la capital han querido mostrar su apoyo a dichas decisiones.” En la imagen principal, salían el presidente del gobierno y el alcalde dándole la mano a una de las víctimas que había perdido a un ser querido. Ángel no se lo podía creer, él siempre había criticado a los políticos, pero nunca había llegado a pensar que eran capaces de tanto, después de ir a un evento al que solo asistían almas destrozadas y recuerdos dolorosos, después de presenciar tanto dolor, acababan de destruir posibles pistas que los llevaran hacia esos asesinos.
-         Hijos de puta... -Se le escapo con una voz rabiosa entre dientes.
Ayer estuvo hablando con ellos, fingiendo simpatía, no sabía ni siquiera porqué, ¿Cordialidad? ¿Respeto? ¿Miedo? Sólo conseguía recordar que había sido amable con la gente que más odiaba, no entendía nada, se le entrecruzaban recuerdos, fue un día muy turbulento. Consiguió salir de su profunda meditación y fue directo al grifo, para beber un vaso de agua, y despejarse. “Será mejor que vaya a comprar algo para hacer la comida” pensó. Tomó rumbo hacia su habitación, la mente se le había quedado en blanco, no conseguía pensar en nada concreto.
Se puso una camisa blanca, y unos pantalones vaqueros bastante viejos, cogió un poco de dinero, se lo metió en la cartera, y se la guardó. Fue hacia el salón, allí se encontraba Leo, viendo en la televisión un canal de dibujos animados, el salón era bastante amplio, pegado a la pared, estaba un sofá de color azul oscuro, sobre el que Leo descansaba, enfrente, una mesilla del café con unas patas doradas y un tablero de cristal, encima había unas revistas y cómics, la mesilla reposaba sobre una alfombra de lana blanca, pegado a la otra pared, un gran mueble de madera blanca, en la parte derecha, tenía un armario con puertas de cristal que mostraba una gran cubertería, a la izquierda, una estantería con grandes enciclopedias, diccionarios, y novelas, en el centro, una televisión de bastante tamaño, no muy vieja, la habitación estaba iluminada por la luz que entraba por una puerta de cristal que daba al jardín y una gran ventana, con una persiana que cerraban por la noche. Ángel miró a Leo y dijo:
-         Leo, me voy a comprar, no tardaré.
-         De acuerdo abuelo.
Salió por la puerta, en la calle no hacía ni mucho frío ni mucho calor, empezó a andar. Llegó hasta la avenida principal, que estaba en una cuesta, miró a la izquierda y vio el ayuntamiento, un gran edificio rojo con repisas blancas y un balcón desde el que se podía ver toda la plaza que había en frente. A la derecha estaba el mercado, puso rumbo hacia él.
Cuando estaba a punto de entrar en la enorme multitud que había en el mercado, vio a un niño salir entre la gente, era un niño de pelo oscuro como el carbón, piel algo pálida y ojos marrones. Este niño de 11 años se llamaba Alberto, Ángel lo conocía bien, era el mejor amigo de su nieto.
-         Hola Alberto, ¿Qué tal?- Saludó el anciano con una sonrisa.
-         Bien señor. ¿Está Leo en casa?
-         Sí, allí está. ¿Tan pronto habéis quedado hoy?
-         No señor, pero mi madre me ha dicho que le pregunte si quiere venir a comer. ¿Usted le deja?
-         Por supuesto que sí, ve a casa estará viendo la televisión.
-         De acuerdo, muchas gracias. Que le vaya bien. Adiós.
Ángel contempló como Alberto se perdía en la esquina, siempre había sido un chico muy educado, siempre trataba a los adultos tratándolos de “usted”, algo que ya no era muy habitual, ese chico siempre había estado con Leo desde la guardería. Después del atentado, ayudó mucho a Leo, algo que tenía mucho merito, teniendo en cuenta su edad, sus padres conocían a los de Leo desde hacía muchos años. En el velatorio, la madre de Alberto era una de las personas que más lloraba, se llamaba Sofía. Era una mujer de ojos marrones y pelo cada vez más blanco, conocía a Antonio y Mónica desde la universidad, había estudiado derecho con Antonio, eran buenos amigos. Un día, Antonio le invitó a ir con un grupo de amigos, allí conoció a Mónica, y a su actual marido y padre de Alberto. Rafael era un hombre con un pelo negro intenso y ojos azules y brillantes, como dos gotas de agua, cuando Sofía vino al grupo él se enamoró perdidamente de ella, y ella se enamoró de él, pero ambos eran muy tímidos y tardaron un año en declararse. Pero a partir de ahí, todo fue bien, se casaron, y poco después tuvieron a Alberto. Siempre quedaban con Antonio y Mónica, mientras Leo y Alberto jugaban, ellos hablaban de cosas como el trabajo, los amigos, o simplemente de cualquier tema que saliera en las noticias. Hasta que una trágica mañana, acabó todo.
Un hombre de unos veinte años chocó contra Ángel con bastante fuerza.
-         ¡Eh! Tenga más cuidado abuelo.
Ángel se le quedó mirando sereno a los ojos, el hombre, le sostuvo la mirada unos segundos, y la apartó, soltó un murmuro entre dientes “Que gente”.
Ángel se había dado cuenta de que se había puesto a rememorar el pasado en medio de la calle, “Estaba soñando despierto” pensó. Ese hombre en cierto modo le había salvado de entrar en un trance de más malos recuerdos, “Debo darme prisa” recobró el rumbo hacia los puestos del mercado, dispuesto a no pensar en aquello durante una temporada, desde ayer, todo estaba empezando a recordarles a ellos, a su hijo y a su nuera, a los últimos vestigios de su vida. Miró al frente y se perdió entre la multitud.

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