domingo, 25 de marzo de 2012

¡Y aquí va el tercer capítulo de: La Cadena de Plata!

La verdad es que ha sido una semana muy poco productiva por mi parte. El bloqueo nunca es bueno y además el capítulo de hoy no es muy largo. ¡De todos modos, espero que os guste!

¡Si queréis que os publique micro-relatos recordad! -> historiastheodoreevans@hotmail.com
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3
Alberto corría hacia casa de Leo, hoy su madre le había dejado invitarle a comer, él a veces comía en casa de Leo pero raras veces era al contrario. A la madre de Alberto, Sofía, no le gustaba tener visitas en casa, aunque a veces le dejaba invitar a Leo, ya que le tenía mucho cariño, y más desde lo sucedido. Siempre le gustaba verlo, ya fuera por la calle o en el colegio cuando iba a recoger a Alberto, pero aun así le traía muchos recuerdos.
Alberto llegó a casa de Leo y tocó el timbre de la entrada, la casa sólo tenía un piso, la fachada era blanca, y tenía una ventana a cada lado de la puerta. Desde dentro se oyeron unos pasos y poco después la voz de Leo por detrás de la puerta.
-         ¿Quién es?
-         Leo, soy Alberto, mi madre te deja venir a casa a comer. ¿Quieres venir?
-         ¡Sí! - Contestó con mucha alegría- Espera que me vista, pasa.
La puerta se abrió, y dio paso a un pasillo del que salían dos puertas a cada lado, y que acababa en el iluminado salón.
-         Vamos Alberto, pasa al salón enseguida estoy vestido- dijo Leo
-         De acuerdo.
Leo se metió en la segunda puerta de la izquierda, Alberto, continuó hasta el final del pasillo, y entró al salón, la luz que entraba desde el jardín dejaba ver todo con claridad, se limitó a sentarse y ver la televisión que Leo se había dejado encendida.
Mientras tanto, Leo se había metido en su habitación, miró en su armario, y cogió las primeras prendas que vio. Se puso una camiseta roja y unos pantalones de chándal negros, al ser aún primavera, Leo prefería taparse las piernas cuando refrescaba. Salió de su habitación, y fue al encuentro con Alberto.
-         ¿Salimos ya? -Pregunto Leo.
-         De acuerdo, pero aún quedan mucho tiempo para que sea la hora de comer, ¿Qué hacemos hasta entonces?
-         ¿Vamos al parque?
-         De acuerdo, coge una pelota.
Leo volvió a su habitación y cogió una pelota de fútbol que tenía en la estantería, al parque al que iban, tenía una pista de fútbol y otra de baloncesto. La más buscada siempre era la de fútbol, casi nadie jugaba en la pista de baloncesto. Cuando Leo y Alberto iban al parque, buscaban al resto de sus amigos, en caso de que no estuvieran, jugaban a baloncesto en una de las canastas.
Alberto y Leo salieron a la calle, y llegaron a la avenida principal, pero esta vez en vez de girar a la derecha como Ángel, giraron a la izquierda, hacia el ayuntamiento. Llegaron a la plaza, era un recinto cuadrado con un jardín mediano a cada esquina que acababa en el centro de los laterales de la calle para dejar unos caminos que se cruzaban en el centro, donde había una gran fuente con varias esculturas de peces y musas de las cuales brotaba agua, alrededor había unos bancos donde solía sentarse gente mayor para hablar. Delante de la plaza, se levantaba la gran estructura del ayuntamiento, en el balcón de la gran estructura roja, ondeaban tres banderas, a la izquierda la bandera de la comunidad, a la derecha la del pueblo, y en el centro la del país.
La plaza partía la avenida en dos calles que se perdían paralelas al ayuntamiento, Leo y Alberto fueron por la calle de la derecha, giraron la primera esquina y continuaron recto unas cuantas calles más, poco después llegaron al parque, era una inmensa zona de donde surgía una selva de pinos rodeada por una valla negra, se accedía por una gran puerta en el centro de la calle, entraron y recorrieron en camino principal, del que brotaban varios caminos, hasta que llegaron a las pistas, allí no encontraron al resto de su grupo, así que decidieron que jugarían a baloncesto, les gustaba jugar al veintiuno, era fácil aunque siempre se aburrían un poco.
-         ¿Qué tal ayer?- pregunto Alberto.
-         Fue algo raro, cuando estaba en el autobús me dormí, y cuando me desperté estaba llorando, no sé en qué estaría soñando.
-         Crees que... Bueno, déjalo.
-         ¿Qué ibas a decir?
-         Nada, nada... Vamos tira, que quiero ganarte de una vez.
Los dos sonrieron, y continuaron jugando. Alberto pensó que hizo lo correcto, estuvo a punto de preguntarle si el sueño hubiera tenido algo que ver con el día en que sus padres murieron. Alberto siempre había sido un chico muy maduro, era una de las cosas que tenía en común con Leo, fue el mejor apoyo que tenía Leo después del trágico suceso. “Menos mal que he cerrado el pico” pensó. ¿Cómo dos niños de once años podían ser tan razonables? ¿Cómo era posible que esas dos criaturas fueran tan consientes de todo aquello que les rodeaba? Todo era un misterio.
La pelota se coló en el aro después de un lanzamiento de Leo.
-         Veinte a veinte, quien meta, gana.
Leo lanzó desde el tiro libre, rebotó en el tablero de la canasta, y aterrizó en las manos de Alberto, quien se disponía a rematar la partida. Lanzó la pelota, vaciló en el aire y empezó a descender hacia el centro de la canasta, dándole el punto de la victoria a Alberto. La pelota volvió de un bote a las manos del chico, Alberto se giró y miró a Leo:
-         Bueno, pues ya está ¿Qué hacemos ahora? - Preguntó con aires de indiferencia.
Leo le miró con fingido recelo y dijo:
-         Sólo ha sido suerte.
-         Eso es lo que tú querrías. Por cierto, mi premio por la victoria es esta pelota.
-         ¡Eh! ¡De eso ni hablar!
Leo empezó a correr detrás de Alberto, dieron vueltas por el parque un buen rato, corrían desde las pistas hasta los columpios, de allí a los paseos, interrumpiendo a parejas, asustaron a algunas mascotas y perturbaron los pensamientos de aquellos que querían sumirse en ellos, pero nadie se enfadaba, sólo miraban como dos inocentes criaturas se perdían en las curvas del camino. Volvieron a los campos de fútbol y baloncesto, los cruzaron y Alberto tropezó con una piedra, cayendo en una zona de césped que había al lado de las pistas, la pelota voló y Leo la atrapó en el aire, la inercia de la carrera también le hizo caer. Ambos se miraron, sin mediar palabra, y se echaron a reír. Hay estaban, dos inocentes pero maduros niños, riendo sin que nada les importase, un verdadero sueño terrenal.

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