lunes, 12 de marzo de 2012

¡Más vale tarde que nunca! Primer capitulo de "La Cadena de Plata"

Sintiendo la tardanza, aquí os dejo con el primer capitulo de la historia que os iré relatando los domingos. Una advertencia, cuando leáis el capítulo encontraréis un hecho muy relacionado con la realidad, sin embargo, os pido que no lo relacionéis con la realidad, por el mismo motivo por el que no doy nombres concretos en la historia. Narro cosas que poco tiene que ver con la realidad, y por respeto a todo el mundo, es mejor que sigan siendo mera ficción, por mucho parecido que tengan con la realidad.¡Gracias y disfrutad!
¡Si queréis que os publique micro-relatos, recordad! -> historiastheodoreevans@hotmail.com
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Un amistoso saludo
Theodore Evans
◘Viejos Recuerdos ◘
1
“Dicen que los sueños y la realidad tienen una relación que nosotros no podemos ver, pero que está ahí, y que nos puede ayudar a ver cosas que podrían cambiar el curso de nuestras vidas, pero tenemos un destino que los sueños no pueden cambiar, por lo que nunca podemos llegar a recordar un sueño.” Esto le contaba siempre su abuelo a Leo, cuando era aún muy joven.
Esas palabras que el anciano le repetía una y otra vez, despertaron en el chico una pasión por recordar lo que soñaba y por descubrir cómo le podía ayudar en la vida, pero nunca conseguía recordar nada, salvo recuerdos muy borrosos, o de contenido surrealista. Leo, aunque fuera joven sabía que había cosas en sus sueños imposibles de realizarse en la vida real, su abuelo le explicaba que los sueños no transmitían un mensaje directo, sino que lo interpretaba de manera simbólica, había que saber analizar cada detalle y buscar todos los significados posibles a las imágenes. Era prácticamente imposible hacerlo, y más para un niño, el recordar tantos detalles de algo tan opaco como era un sueño, y cuando conseguía recordar algo, nunca conseguía encontrarle significado. Su abuelo sonreía con orgullo de ver como su nieto era tan persistente en las cosas que le interesaban.
El anciano se llamaba Ángel, era un hombre de mediana estatura, algo raquítico, con un pelo gris apagado por los años, con menos arrugas de las que debería tener a su edad, en sus ojos claros, se reflejaba el anhelo de una infancia que la guerra se había llevado, y que sabía que no iba a recuperar, se veía la tristeza por no tener a su lado a su mujer, la cual se llevó el cáncer, los médicos no pudieron hacer nada, se había extendido demasiado. Y sobre todo el recuerdo de su hijo y su nuera, ocupaba un lugar en esos ojos, ellos murieron en un atentado en la estación de tren de la capital, mientras estaban de viaje de trabajo, pero entre tanta oscuridad, existía un resplandor que conseguía hacer que el cansado Ángel siguiera adelante, su nieto. Leo, era lo único que le quedaba al pobre hombre que tanto había sufrido, cuando su hijo murió junto a su nuera, Ángel no fue el único que se quedo solo, Leo también.
Con sólo 10 años Leo ya era huérfano, sin nadie más en el mundo excepto Ángel. Él era un chico de pelo castaño y ojos color miel, era muy maduro para su escasa edad, desde que murieron sus padres, Leo se desenvolvió entorno a su abuelo, al cual escuchaba con atención y aprendía todo aquello que él le enseñaba, le apasionaba investigar y entender todo aquello que podía, desde los trucos de magia más complicados, hasta los misterios más grandes de la historia e incluso los sufrimientos de la guerra que asoló el pasado de su abuelo.
Un año después de que aquella bomba explotara en el tren y causara cientos de muertos, Ángel y Leo fueron a dejar dos ramos de rosas en recuerdo a esas dos personas que perdieron, y que no podrían remplazar nunca, junto a ellos varias familias hacían lo mismo, muchos entre lagrimas y sollozos.
-         ¿Por qué tuvieron que ponerla en ese tren? ¿Porqué justamente en el que iba Raúl?
Leo y Ángel asistían impotentes a los llantos de una señora que había perdido a su hermano, querían unirse a ella para sollozar y llorar con la misma pregunta en la mente “¿Porqué justo en ese tren?” pero se mantuvieron serenos, Ángel agarraba del hombro a Leo de una manera firme, como si quisiera comunicarle que tenía que mantener la compostura, y ser fuerte ante la situación.
Leo alzó la cabeza, y vio el rostro serio Ángel, con el ceño fruncido, intentando no perder los nervios, sus ojos claros brillaban con un pequeño resplandor a causa de las lágrimas que intentaba contener.
El alcalde de la capital y el presidente del gobierno estaban presentes en la estación, mostrando sus condolencias a aquellas pobres familias que de poco les servían unas míseras palabras de ánimo provenientes de un político.
Después de un discurso de los dos mandatarios la gente empezó a retirarse, había gente que se negaba a irse, diciendo que quería morir allí para reunirse con su ser perdido.
El alcalde de la capital se acercó a Ángel para decirle lo mismo que a todos los demás:
-         Siento mucho su perdida, le acompaño en el sentimiento. - Su rostro estaba serio, pero sus ojos delataban lo que era evidente, no sentía nada de lo que decía.
-         Sólo le pido a usted y al presidente que les atrapen y que les den el castigo que merecen.- Respondió Ángel con voz cansada y lenta.
-         Téngalo usted por seguro señor, esos asesinos se arrepentirán de lo que hicieron.
-         No espero menos.- replicó Ángel.
El político lo miro con recelo.
-         ¿He notado ironía en su tono?
Ángel esbozó una sonrisa como pudo, y cambió la voz a un tono amigable.
-         ¡Para nada! No malinterprete mis palabras, yo confío en ustedes.
-         ¡Ah! De acuerdo, siento el malentendido. - Dijo satisfecho de haber oído lo que quería.
-         ¡No pasa nada, hombre! Si no le importa me voy ya, mi nieto necesita descansar y este sitio trae demasiados recuerdos.
-         Le entiendo, que le vaya bien, adiós.
-         Gracias, igualmente, adiós.
Leo estuvo presente en toda la conversación, atónito a lo que oía, su abuelo siempre había criticado a los políticos, pero ahora hablaba con uno de ellos como si nada. De repente sus pensamientos se interrumpieron con la voz de su abuelo:
-         Vamos Leo, que perdemos el último autobús que sale de la capital.
-         Sí.
En el autobús Leo recordaba el último cumpleaños que pasó con sus padres, le regalaron un colgante porta-fotos, con una foto de su padre a la izquierda y una de su madre a la derecha, por fuera estaba bañada en oro y llevaba una inscripción: “A veces los sueños se hacen realidad”. Se la dieron en medio de una fiesta muy bien organizada, todos sus amigos alrededor, globos de todos los colores, comida, juegos... La fiesta perfecta para un niño de nueve años, junto a unos padres orgullosos y felices. De todo eso ya solo quedaba esa joya, que sólo le contaba un poco más de lo que ya le contaba su abuelo, que los sueños pueden cambiar el destino.
En sus manos tenía el colgante abierto, mirando las fotos de Antonio y Mónica. Antonio era un hombre de ojos verdes y un pelo castaño con un rostro de alegría y satisfacción, era un hombre que siempre sabía responder ante las situaciones adversas y enfrenarse a los problemas, incluso la muerte de su madre, Mónica era una mujer de pelo largo y rubio y ojos marrones que reflejaban añoranza por la muerte de sus padres en un accidente de coche años atrás, cuando Leo aun no había nacido. Esas dos personas fueron las que aquella fatídica mañana decidieron subir al tren que no llegaría a salir de la estación. Las últimas palabras que le dirigieron a Leo fueron: “Volveremos en unos días cariño, te queremos”. Justamente después salieron por la puerta, y nunca volvieron.
Cuando Leo estaba en el colegio aquel día, la directora irrumpió en su clase con cara de angustia y tristeza.
-         Leo ven a mi despacho un momento por favor, y coge tus cosas.
Leo miro extrañado a su amigo Alberto, el cual era como un hermano para él, sus miradas se preguntaban cual sería la razón para sacarlo de clase de esa manera. Cuando Leo llegó al despacho, descubrió a su abuelo bañado en lágrimas. La directora con un hilo de voz dijo:
-         Esta mañana ha habido un atentado en la estación de tren de la capital... - paró un momento y suspiró, como si fuera incapaz de acabar de hablar.- Tus padres han muerto.
Leo se quedó paralizado, empezó a ponerse pálido
-         ¿Leo? - Dijo la voz de la directora
El tiempo se paró para él, no sentía ninguna parte de su cuerpo, la vista se le nubló.
-         ¡Leo! ¡Reacciona!
Su cuerpo se inclinó hacia atrás y no podía controlarlo, en ese momento se dio cuenta de que era imposible luchar, y calló desmallado.
-         ¡Leo! ¡Leo despierta! - Los gritos de Ángel despertaron a Leo, el cual se dio cuenta que estaba empapado de lágrimas.
-         ¿Qué ha pasado?- Preguntó aturdido.
-         Te has quedado dormido y te has puesto a llorar. Quizá no debería haberte llevado a la estación, vamos, ya hemos llegado a casa, vamos a bajar del autobús.
-         De acuerdo.
-         ¿Y en qué estabas soñando?
-         No me acuerdo...
-         Tranquilo Leo, es normal.

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